Desde que la película del Rey León fue exhibida la frase el círculo de la vida se ha vuelto un
lugar común. Al ver la película todos
entendimos muy claramente que se trata de la vida y la muerte, incluyendo por
supuesto la traición y el amor… de otra manera no sería vida. Todo lo que vive
tiene que morir, todo ser viviente nace para inexorablemente morir. Todo parece
ser muy sencillo; unos mueren para que otros vivan. En ese inter, unos ordenan
y otros obedecen, unos traicionan y otros son leales, unos odian y otros aman,
unos viven en la opulencia y otros en la pobreza, unos parecen gozar de todas
las delicias de este mundo y otros soportar todas las penurias. Nadie lo pudo
expresar mejor que Shakespeare en su Hamlet, de quien tomaron el argumento para
la famosa película.
Desde que nacemos empezamos a morir, dice el filósofo.
¿Cuando y como nos llegará el fin?, eso,
ni el filósofo más sesudo nos lo
dirá jamás.
Entonces… estos filósofos, como no pueden hacer eso, se
empeñan en decirnos cómo debemos de vivir la vida.
Hay los filósofos de profesión y aquí podemos incluir tanto a
los agnósticos como los religiosos, los
cuales creen haber comprendido el misterio de la existencia, y están tan
convencidos de lo que creen que se arrogan el derecho de señalarle a la
humanidad entera el camino a seguir y para desgracia de la humanidad parece ser
que en innumerables ocasiones los resultados han sido desastrosos y para su fortuna, por lo
general, ellos han tenido la gracia de morir antes de saber lo que provocaron. Una
cosa más, a estos filósofos parece ser que el título ya no les gustó mucho, así
que a partir de hace algún tiempo se han autonombrado intelectuales, y este sí que les gustó, porqué les da un halo de
científicos, un halo de seres versados en múltiples conocimientos. Pero si hay
algo que han demostrado no ser, es científicos.
Tenemos a Juan Jacobo Rousseau, quien autoproclamándose el
hombre más recto, más honesto y más íntegro de la historia, se atrevió a declarar que “si alguien sabe de
hechos que contradigan lo que acabo de decir…que examine con sus propios ojos
mi naturaleza, mi carácter, conducta, inclinaciones, placeres, hábitos, y si
puede considerarme un hombre deshonesto, es él mismo un hombre que merece ser
estrangulado”. Vaya, muy pronto tenemos
al hombre que decía amar a la humanidad
queriendo estrangular al individuo que no creyera a pie juntillas en la opinión
de sí mismo, pero veamos, examinemos un
poco, como él lo pide, su vida. Tuvo cinco hijos con Teresa, que fuera su sirvienta durante buena parte de
su vida, y uno a uno, a todos los entregó a un orfanato, el “Hospital de niños
expósitos”, porque él mismo decía que le estorbaban para realizar su obra. En
sus memorias se excusa diciendo que fue un “arreglo
bueno y sensato. Les iría mejor al no ser criados con consideraciones, ya que
esto los haría más vigorosos. Serían más felices que su padre. Hubiera deseado
y aún lo deseo haber sido criado y alimentado como ellos lo han sido. Ojalá
hubiese tenido la misma suerte”. ¡Qué descaro! ¡Qué insensatez! ¡Qué maldad,
la de este hombre! En una reseña del Mercurio
de Francia de 1746 se señala que dicha institución estaba abarrotada con
más de tres mil niños al año. El mismo Rousseau observó que en 1748 habían
aumentado a 5082. En 1772 había ya alrededor de ocho mil. La realidad era que,
en ese orfanato, dos tercios de cada cien niños morían antes de cumplir un año
de vida. Un promedio de catorce de cada cien llegaba a los siete años y solo 5
de cada cien llegaba a la madurez, solo para convertirse, la mayoría de ellos, en
mendigos y vagabundos. El hombre que decía ser el más recto, el más honesto, el
más integro, jamás se interesó en saber que fue de ellos. No obstante seguimos
aceptando sus ideas sobre la educación de los niños. Como colofón, sabemos
que al fin se casó con la sirvienta, madre de sus hijos a quien se los había
arrancado… ¡Pero en una ceremonia ficticia! ¡No faltaba más! Sin embargo la
siguió tratando como sirvienta, prohibiéndole sentarse a la mesa cuando tenía
invitados y no solo eso sino que se mofaba de ella y la humillaba en su
presencia, a grado tal que los invitados se horrorizaban al ver lo que hacía.
Carlos Marx nos dejó su apellido en un sistemas de
convivencia humana que habiendo sido aceptado por un sin número de líderes de
estado, provocó que estos llevaran a sus pueblos a la tiranía, la degradación humana y a la pobreza.
Carlos Marx nació dentro de la religión judaica. Tanto su madre como su padre
descendían de antiguas familias de rabinos famosos. Su padre, que era abogado, después
de dictarse una ley en el entonces territorio prusiano que impedía el acceso a
los puestos más altos en los ámbitos judicial y médico a todos los judíos, decidió
convertirse a la religión protestante, llevando a bautizar a sus cinco hijos en
agosto de 1824. Carlos Marx parece no haber tenido más interés en estudiar a
profundidad el judaísmo, sin embargo su obra parece ser la de un rabino antes
que la de un científico. Aunque proclamaba que su obra era científica no le
interesaba encontrar la verdad, lo que le interesaba era proclamar su verdad y
para ello desechaba todo lo que la contradijera, recurriendo incluso a falsear
los hechos para hacerlo. El motivo real no es claro, pero es una verdad
inocultable, que desarrollo un profundo odio contra a los judíos. En la burbuja
en que vivía, los judíos eran los causantes de todos los males de la humanidad,
afirmaba que el dios secular de los judíos era el dinero y que al ocupar éste
un lugar primordial en la sociedad la corrompía y en consecuencia era el
causante de todos los males, por lo tanto al suprimir al dios secular de los
judíos, es decir el dinero, se suprimía a los judíos y con ellos sus males
desaparecerían. En sus palabras “para
lograr que el judío fuera imposible”, habría que abolir las “precondiciones, la posibilidad misma”. Más aún, no tenía el empacho de proclamar este
odio. Refiriéndose al organizador sindical alemán Ferdinand Lassalle, a quien
Carlos Marx despreciaba, ya que este
pugnaba por la solución de los verdaderos problemas de los trabajadores,
es decir, mejores salarios y mejores condiciones de trabajo, cuestiones que a
Marx no le interesaban en lo más mínimo, ya que se oponían a su enfoque
dogmático y doctrinario. Es un hecho bien conocido que Carlos Marx jamás en su
vida puso un pie en una fábrica, en una mina, en un molino o cualquier tipo de
instalación industrial. Pues bien refiriéndose a Lassalle, de quien se refería
como ‘’el negrito judío”, Marx le
escribió a Engels el 30 de julio de 1862, “ahora
no tengo la menor duda de que, como señala la conformación de su cráneo y el nacimiento de su cabello, desciende de
los negros que se unieron a Moisés en su huida de Egipto (a menos que su madre
o abuela paterna tuviera cruza con negros), ésta combinación de judío y alemán con
un fondo negro tenía que generar un híbrido increíble”.
Todo ese odio contenido en una persona sedienta de poder que
lo ejercía con despiadada eficacia sobre todas las personas que lo rodearon en
su vida permeó toda su obra y por desgracia fue la degradante inspiración de
Lenin, Stalin y Mao Zedong, quienes impusieron sus ideas en sus naciones
basados en la opresión y en el exterminio de todo aquel que no comulgara con
sus ideas
Están los otros filósofos; aquellos hombres o mujeres que
consideran que su propia vida los ha señalado para ser guía de los demás, o cuando
menos de todo aquel que quiera seguirlos o escucharlos.
Aquí podemos encontrar una gama inmensa de personajes y
personalidades, están tanto los charlatanes así como los que sincera y
profundamente creen que sus experiencias vividas les dan el bagaje suficiente para
señalar rutas filosóficas a seguir por sus oidores o creyentes.
De los charlatanes aparentemente habría poco que decir, sin
embargo, vemos por doquier que nuestro mundo está plagado de ellos, y esto no
tendría mayor importancia, si no fuera por qué sus seguidores se cuentan por
millones.
Entre ellos están los contactados, transmisores involuntarios e
inocentes, según ellos, de mensajes enviados por seres de otros mundos para
decirnos cómo podemos salvarnos de la destrucción total, lo cual se reduce en un
alarde de ingenuidad estúpida en decirnos por ejemplo que ya no debemos quemar
más petróleo, pero aparentemente esos seres extraterrestres y de inteligencia
superior, jamás les informan cual es la fuente de energía limpia e infinita con
la cual debemos sustituir el petróleo. Lo
cual no les impide obtener pingües ganancias a costa de sus ingenuos seguidores.
Están también los médiums, que prometen ayudarnos a
comunicarnos con nuestros seres queridos muertos, casi siempre para tratar de obtener
un perdón imposible que nos de sosiego a nuestras vidas. Aunque no falta el que
desea saber la clave de la cuenta bancaria del pariente difunto.
Están aquellos otros que de tiempo en tiempo surgen para
predecir el fin de nuestro mundo y pretenden decirnos como debemos de vivir la
vida para prepararnos a ese final y algunos otros insensatos que se atreven a
decirnos lo que debemos hacer o no hacer para evitarlo.
Están en este grupo de charlatanes todos aquellos que se
dedican a las mal llamadas artes adivinatorias, ya que ni son arte y nada
adivinan. Todos ellos pretenden saber cómo será nuestra vida futura. Todos
ellos hacen un lucrativo negocio con la increíble inocencia de sus discípulos.
Están, por otra parte, aquellos bien intencionados que
habiendo sido participes en alguna catástrofe han salido indemnes o han sabido
recuperarse del trauma vivido. O aquellos otros, que habiendo padecido algún
impedimento físico o alguna adicción, lo han superado. Aquí también podemos contar a los hombres
y mujeres que han logrado hacer hazañas extraordinarias.
Estos, que por lo general son honestos, pretenden con el relato de sus vivencias hacernos reflexionar sobre nuestra propia existencia y presentándose como seres de una humildad inaudita, no tienen empacho en decirnos en nuestra cara, que si ellos pudieron lograrlo cualquiera puede hacerlo. Así algunos de ellos hacen de este apostolado un modus vivendi bastante holgado.
Estos, que por lo general son honestos, pretenden con el relato de sus vivencias hacernos reflexionar sobre nuestra propia existencia y presentándose como seres de una humildad inaudita, no tienen empacho en decirnos en nuestra cara, que si ellos pudieron lograrlo cualquiera puede hacerlo. Así algunos de ellos hacen de este apostolado un modus vivendi bastante holgado.
En fin, todo se reduce a la simple formula de nacer para
morir, tan sencilla pero a la vez tan inquietante. Pero ¿Qué es lo inquietante?
¿El nacimiento? ¿Vivir la vida? ¿La muerte?
Mi apreciación es que la muerte ha sido desde los primeros
tiempos de la humanidad el misterio que más profundamente ha perturbado su
inteligencia. Sin tener la presunción de un erudito, puedo decir que preservar a los seres humanos que han muerto es una práctica común desde tiempos inmemorables. Esto nos lleva a tratar de interpretar los motivos
que llevaron a esos primeros homo sapiens a conservar para un fin ulterior, porque quiero pensar que
eso es lo que trataban, los cuerpos de sus muertos. Posiblemente en esos inescrutables
días se empezó a gestar la idea de que la vida era tan frustrantemente corta
que debería haber algo después de la muerte. Entonces se empezaron a vestir a
los muertos con sus mejores galas, se les acercaban también utensilios de su
vida cotidiana que pudieran servirles en esa nueva senda desconocida. La idea
de que pudiera existir vida o algo parecido después de la muerte se fue arraigando de tal modo en la
humanidad que de pequeñas y sencillas
tumbas pasamos a grandes pirámides, mausoleos y esplendidos monumentos como el
famoso Taj Mahal.
Todo se fue gestando para el gran salto, las religiones. No
es casualidad que todas ellas tienen un fundamento común, la vida después de la
muerte. Aunque ningún ser humano pueda asegurar, menos demostrar, que existe
algo parecido a una vida después de la muerte, esa incógnita fue precisamente
la piedra filosofal sobre la cual se desarrollaron todas las religiones, el
principio es sencillo; si no puedes probar que no existe, no puedes negar que
existe. Entonces se crearon ceremonias, ritos, reglas, mandamientos, hasta
culminar en algo tan elementalmente trascendente como la Biblia, el Corán, los Vedas o la Tora. Todo aquel que esperara
alcanzar la vida después de la muerte (el cielo) debería seguir al pie de la
letra, durante toda su vida real, todos los ordenamientos que su religión
demandaba. Por supuesto que siempre hubo, como ahora, gente que no creía en
tales cuestiones, por lo tanto se echó mano de otro misterio tan inexplicable
como el primero, el infierno. El objetivo era lograr que las personas vivieran
dentro de los lineamientos que la religión demandaba, de otra manera no solo no
alcanzarían el cielo sino que serian castigados en el infierno, por supuesto en
la otra vida.
Hasta aquí todo iba más o menos bien, los hombres eran
controlados por otros hombres que se habían auto designado los receptores de un
mandato divino, mediante la esperanza del cielo o la amenaza del infierno. Este
control y seguimiento obediente de las reglas que hasta ese momento habría sido
más o menos voluntario no paso desapercibido por las autoridades seculares. El siguiente
salto ya era inevitable, ahora lo que alguna vez era una opción voluntaria se
convirtió en un gobierno de emperadores y reyes. Ahora la esperanza de una vida
después de la vida seguían estando en la imaginación, pero el castigo se volvió
muy real, demasiado real y físico.
Ahora el peso de la autoridad gobernante imponía los
principios filosóficos y religiosos a todos sus gobernados, entonces los
nacientes estados o los muy antiguos fueron; católicos, anglicanos,
protestantes, judíos, musulmanes, Budistas o hinduistas, y dentro de estas
hegemonías religiosas habría segmentaciones regionales que llegaron a
identificarse con ideologías propias.
El paso siguiente se dio tan constante como inexorablemente.
Las luchas territoriales se convirtieron en luchas religiosas, y dentro de los
estados se impusieron una serie de limitantes para los no profesantes de la
religión oficial, que provocó a su vez no pocas guerras civiles que se han
extendido y mantenido intermitentemente hasta nuestros días.
Volvemos ahora, de nuevo, a los filósofos, actualmente
autodenominados intelectuales.
Cuando la racionalidad ha empezado a pesar, sobre todo en las
culturas occidentales, las religiones han sido cuestionadas como rectoras de la
vida de los seres humanos. Es así que los intelectuales han ido poco a poco
tomando el papel de las religiones y son ellos ahora los que se han abrogado el
derecho de decirle a la humanidad como comportarse y a los gobiernos como
gobernar. Sin embargo la razón de la vida y la muerte permanece inescrutable.
Adolfo Camacho Gómez
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