El coro de mi infancia abrió una
Desconocida puerta de mi alma.
Las notas del pentagrama se aferraron
A mi ser para jamás dejarme.
Cantar el aleluya de Haendel era como
Sentir la apoteosis de fuegos artificiales.
Las cuatro voces; sopranos, contraltos, tenores
y bajos, en una mezcla sublime.
Es difícil pensar que la música, no hace muchos
Años, era privilegio de solo unos pocos.
Beethoven, Mozart, Chopin, en su tiempo,
Eran la arrogancia de reyes.
La música, es libertad, hermana,
Crea civilizaciones,
Hace revoluciones, derriba muros,
Inspira novelas, eleva el alma, acompaña
La muerte y sublima el amor.
Adolfo Camacho Gómez