Ya basta de hablar de las participaciones federales como si
fueran una graciosa dádiva que el gobierno federal hace a los estados.
Las participaciones federales a los estados son el derecho
que los estados tienen sobre la recaudación de los impuestos que la federación
hace en los propios estados. Dicho de otra manera son los impuestos generados
por la actividad económica de cada uno de los Estados y que mediante el pacto
federal los estados cedieron a la
federación la prerrogativa de recaudarlos a cambio de que la federación se
quede con una parte, que en principio debió ser la menor, para la administración y seguridad nacional,
por ejemplo, y el resto devolverlo a los estados en donde los ciudadanos de
cada uno de ellos deberían ser los legítimos derecho-beneficiarios de los
mismos por haberlos generado en su entidad ellos mismos.
La mega-cefalea prevaleciente de nuestro sistema político de
hecho confiscó a los estados el derecho a los impuestos recaudados en sus
entidades y durante muchos años la federación los distribuyó a su antojo de
manera discrecional.
No fue hasta que un gobierno estatal fue de un partido
diferente al PRI, el Estado de Baja California por el PAN en 1989 gobernado por
Ernesto Ruffo Appel, que se puso de manifiesto la inequidad con que eran
repartidos los impuestos. No
olvidemos que el gobierno federal NO genera ingresos, los ingresos son generados por las entidades federativas
(Los Estados) pero debido al pacto
federal el Sistema de Administración Tributaria (SAT) los recauda y la
Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) es la encargada de
distribuirlos mediante las reglas establecidas.
Al abrirse el sistema político con la llegada al poder en
los Estados de otros partidos políticos diferentes al PRI, incluyendo el Distrito
Federal, la necesidad del reparto más justo de los impuestos ya no solo fue una
evidencia sino una exigencia, la cual se hizo mayúscula cuando el PAN llegó a
la presidencia de la república y los Estados gobernados por el PRI fueron
mayoría. Los gobernadores estatales PRIistas que antes eran sumisos ante el
gobierno federal de pronto se convirtieron en furiosos reclamantes ante la
administración federal PANista.
La administración federal de los gobiernos emanados por el
PAN, fiel a su filosofía de subsidiariedad, hizo lo que desde siempre se debió hacer,
distribuir las participaciones federales con la mayor equidad posible. Ese intento de justicia en reintegrar a los estados los
impuestos que los propios estados generan con su actividad económica fue realmente
parcial debido a la herencia cultural centralista. (Por ejemplo, Baja
California recibe a lo más el 23% de los impuestos federales que
genera). No obstante el nuevo flujo de dinero, debido a la atrofiante
mega-cefalea, la mayoría de los recursos
generados por los estados son manejados por el gobierno federal, quien se
abrogó el derecho de decidir en qué, cómo, cuándo y dónde se deberían invertir
o gastar en los Estados los dineros generados por los propios Estados, es decir su derecho como Estados Libres y Soberanos de decidir sobre sus propios recursos les fue confiscado por el gobierno federal. Dicho de la manera coloquial
acostumbrada, “se etiquetaron” las participaciones. Reservándose el gobierno federal además, por la
costumbre ancestral centralista hecha ley, derechos sobre actividades de
desarrollo estatales como son; aeropuertos, puertos marítimos, carreteras,
ferrocarriles, energía eléctrica, petróleo, agua, radio, televisión, comunicaciones, salud,
educación, áreas territoriales designadas federales, subsuelo y territorios ejidales,
estos últimos, que conforman la mayor parte territorial de los Estados son
regidos por leyes federales por lo que quedan prácticamente fuera del control
de los estados para su desarrollo. En la época Echeverrista se confiscó la
actividad pesquera de manos particulares para ser entregada a unidades cooperativas
que al final fracasaron rotundamente.
Ante este nuevo flujo de efectivo y su relativa libertad
para administrarlos, que las administraciones Federales PANistas trataron
medianamente de corregir, los gobernadores y las administraciones estatales,
unos francamente inexpertos y otros indecentemente corruptos, sin distingos… o
mal administraron o descaradamente robaron o despilfarraron los recursos.
Otros, mal que bien, con una ciudadanía más vigilante han invertido y gastado sus dineros, no
dineros de la federación, repito, sus dineros, en educación, salud e
infraestructura y su avance se ha hecho notar.
Con el regreso del PRI al gobierno federal se ha regresado y
acentuado la administración centralista
que tanto daño hizo al país. Cada una de las famosas reformas constitucionales de
Enrique Peña Nieto, ya aprobadas o por aprobar, llevan como sello indeleble, en
forma descarada o muy bien camuflada, la
acumulación de poder del ejecutivo federal.
Cierto, la subsidiariedad que es derecho irrenunciable de
los estados a propiciado que algunos corruptos hayan robado descaradamente, no obstante, la justa repartición, es un principio al que los “Estados” Unidos Mexicanos jamás deben de claudicar.
Cada una de las constituciones de los Estados consignan al “Estado
Libre y Soberano de…”, sin embargo cada uno de los Estados en los
hechos ha cedido su soberanía a la federación porque le han cedido el control absoluto
de los recursos que ellos generan. En última instancia que la justicia de los Estados castiguen a sus gobernantes corruptos.
Es necesario
repetirlo El
gobierno federal NO genera recursos, los recursos son generados por los Estados
que traducidos en impuestos son recaudados por la federación mediante el pacto
federal.
El “Principio de Subsidiariedad” es el principio en el que
se basan todas las democracias avanzadas y en ello se fundamenta su desarrollo.
México lo ha soslayado y los Estados de la República Mexicana se han visto
lastrados por décadas o más bien desde siempre, el gobierno federal en turno es
quien ha decidido que hacer y dónde hacer, a quien dar y a quién quitar. Los
Estados, a fuerza de ser sometidos, se convirtieron en dependientes del poder
omnipotente del ejecutivo federal. No se debe olvidar que en otros países el asfixiante centralismo ha provocado que algunas regiones se vuelvan autónomas o simplemente conformen otro país.
No es gratuito que en los estados del norte del país, por su
lejanía del centro omnipotente y por el desdeño y menosprecio secular que éste ha
tenido, sus ciudadanos se hayan visto en la necesidad de organizarse y valerse por sí mismos al
grado que es innegable afirmar que hay un México diferente al norte
del país y otro al sur donde su cercanía al todo poderoso centro federal atrofió
su capacidad de decisión porque dejaron en sus manos el hacer o dejar de hacer
en sus entidades, quedando sujetos a la
megalópolis como satélites más que como Entidades Federativas. Por desgracia en la mayoría de los Estados se repitió el atrofiante
centralismo, anquilosando en sus
municipios a su vez la capacidad de desarrollarse por sí mismos.
El regreso del PRI a la presidencia de la República trajo
consigo el centralismo a ultranza. Haciendo lo indecible por concentrar todo el
poder en la esfera central y de ser posible en la persona del
Presidente, lo que de hecho ha significado una drástica disminución, sobre la
ya mermada capacidad de acción de los Estados Federados.
La eliminación del Régimen de Pequeños Contribuyentes,
que proveía una recaudación directa para los Estados, implicó, menos que la
intención de formalizar causantes que por cierto ya eran regulares, más bien
quitar el poder de los Estados de decidir libremente que hacer con dicha
recaudación. Por el contrario las dificultades de entender y administrar el
nuevo sistema fiscal ocasionó el cierre de miles de micro empresas que
indudablemente acrecentaron las filas de la informalidad.
Tal vez pocos recuerden el Impuesto sobre Ingresos Mercantiles que recaudaban los Estados, un impuesto muy sencillo de calcular y por consiguiente asequible de pagar por los contribuyentes. Este impuesto fue sustituido por el Impuesto al Valor Agregado (IVA) y por supuesto arrebatado a los Estados por el gobierno federal.
Tal vez pocos recuerden el Impuesto sobre Ingresos Mercantiles que recaudaban los Estados, un impuesto muy sencillo de calcular y por consiguiente asequible de pagar por los contribuyentes. Este impuesto fue sustituido por el Impuesto al Valor Agregado (IVA) y por supuesto arrebatado a los Estados por el gobierno federal.
Se revoca la federalización del sistema educativo
argumentando corregir desviaciones y abusos por parte del sindicatos de
maestros y autoridades Estatales, pero se olvida decir que si bien la
administración del Presidente Ernesto Zedillo subrogó el presupuesto a los
Gobiernos Estatales, el sindicato nacional de maestros siguió intacto acordando
directamente con la Presidencia y que era y sigue siendo el meollo de la
corrupción. La nueva reforma educativa prácticamente elimina cualquier injerencia de los Estados en la educación de sus ciudadanos.
El Instituto Nacional Electoral quiere eliminar los organismos
electorales estatales, es decir, los ciudadanos de los Estados ya no organizarán
sus propias elecciones, dicen que no son confiables, cuando el Instituto Nacional
hace tiempo que dejó de serlo.
Por si quedara alguna libertad en los estados, ahora la
Administración Federal se ha adjudicado el derecho de fiscalizar los dineros
que reciben los Estados, es decir, conociendo la forma de operar de la
administración PRIísta a su contentillo decidirá a qué Estado castigar y a cual
no. La irracionalidad de nuestro sistema ha invertido los papeles ya que lo justo sería que los Estados fiscalizaran a la Administración Federal sobre los recursos que levanta en los propios Estados. Los Estados se han convertido en simples súbditos del reino central.
Como se ve, el federalismo es una farsa, el enunciado de la
constitución de los “Estados Libres y
Soberanos” es letra muerta. El desarrollo que algunos estados han podido
lograr nunca ha sido en base al principio de Subsidiariedad que debería
regir a la República sino a pesar de su sistemática negación. El Gobierno
Federal nunca ha demostrado ser mejor administrador y menos corrupto que los
gobiernos de los Estados, más bien al contrario, la corrupción y la tortuosidad
burocrática fue impuesta durante decenios por la organización corporativista
del PRI que imponía gobernadores y presidentes municipales que ni siquiera eran
originarios de las entidades o ciudades a las que eran asignados pero ni
siquiera en muchos casos eran avecindados en ellos.
Es necesario que lo repita por última vez; La administración
federal NO genera ingresos, son los Estados los que los generan, pero la
federación se ha apropiado de ellos como si ella misma fuera la generadora de
los mismos y los distribuye con la arrogancia de un gran señor a sus súbditos. Así decide a
quién, cuándo y cuánto dar o no dar.Adolfo Camacho Gómez