Mexicali, B. C.

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jueves, 8 de octubre de 2020

DICE LÓPEZ QUE LOS POBRES SON PRIMERO

 DICE LÓPEZ QUE LOS POBRES SON PRIMERO

(La realidad es, que son invisibles y no le importan, solo son un número en el listado de votantes)


CUENTO CORTO



Don Lalo, así lo conocen todos. Hoy en su esquina, que ha ocupado durante más de treinta años vendiendo periódico, espera impaciente que venga su repartidor, para hacer cuentas. Hoy le toca, pero el joven no llega.

Desde la madrugada se sentía cansado, pero apuró el paso y como todos los días, estuvo exacto cuando el repartidor de la editorial apenas detuvo su camioneta, el ayudante aventó el bulto y Memo, le gritó desde el asiento del conductor ¡Ahí van doscientos! En la tarde regreso para hacer cuentas. Don Lalo dijo gracias, pero sus palabras ya no fueron escuchadas.

Don Lalo, ya había terminado de vender todos sus periódicos, se sentía más cansado que en la mañana, la espalda le dolía. Pensó, me voy, ni modo que piense que me voy a robar el dinero. Empezó a caminar a su casa, las piernas le dolían y empezaba a tener un ligero dolor de cabeza.

Llegó a su casa, más bien un cuartito al fondo de un estacionamiento. Hacía ya varios años que un cliente que compraba el periódico todos los días, le pregunto que, si donde vivía, él le dio las señas y el cliente le preguntó ¿Por qué no se viene a vivir a mi estacionamiento, está aquí a la vuelta y no tiene que caminar mucho? No más en la noche le hecha un ojo a los autos. Don Lalo aceptó y desde entonces vive allí.

Llegó pues Don Lalo a su casita, abrió un virote le puso un buen pedazo de queso, de una lata abierta, sacó un chile jalapeño lo empujó en medio del virote y empezó a comer. Se recostó en su camastro y se quedó dormido.

Apenas había dormido como una hora, cuando lo despertó una tos que parecía que venía desde sus entrañas. Tomó varios tragos de agua, pero la tos no se iba, además sentía unos escalofríos, como si tuviera calentura, pero no tenía un termómetro. Se levantó como pudo y se dirigió al centro de salud, donde comúnmente iba cuando se sentía mal.

Don Lalo, que le pasa ahora, preguntó la enfermera. Me duele un poco la espalda, traigo una tos que no se me quiere quitar, unos escalofríos y me zumba la cabeza. Vamos a ver, dijo la enfermera, primero le voy a tomar la temperatura.

Don Lalo, con razón trae escalofríos, tiene una temperatura de 40 grados. Tómese estas pastillas para la calentura y la tos, pero es necesario que vaya de inmediato al hospital, ya sabe el que está aquí cercas, solo son cinco cuadras.

Don Lalo, se levantó tembloroso, tomó su sombrero y empezó a caminar hacía el hospital. Había caminado dos cuadras y le empezó a faltar la respiración, la tos empeoró y pensó en descansar un rato. Se acercó a un poste de un anuncio, se sentó, encogió las piernas, inclinó un poco el sombrero sobre su frente, su respiración iba siendo más lenta, más forzada, la tos era más esporádica, inclinó la cabeza sobre sus rodillas y pensó voy a esperar un rato para agarrar fuerzas, empezó a quedarse dormido, como si ya no le doliera nada.

Eran ya las cuatro de la mañana, tres jóvenes trasnochados pasaron junto a Don Lalo, uno de ellos lo empujó con su pie, pero Don Lalo no se movió. Otro dijo ¡Déjalo! Debe estar durmiendo la borrachera de ayer.

El Sr. Gutiérrez, dueño del estacionamiento, sacó su auto, pero no le extrañó no ver a Don Lalo, ya que siempre se iba muy temprano a esperar su periódico. Pero cuando salía se topó con el repartidor de la editorial, preguntando por Don Lalo, que ayer no lo había esperado para hacer sus cuentas.

Se debe haber quedado dormido, dijo el Sr. Gutiérrez. Qué raro respondió el repartidor, Don Lalo nunca falla. Por ahí debe de andar, respondió el Sr. Gutiérrez, yo tengo que ir a mi trabajo, y arrancó su auto.

Sin desconfiar nada, el repartidor continuó con su rutina de entregas. Pero al dar vuelta, unas cuadras adelante, le pareció muy conocido el sombrero de la persona acurrucada junto al poste. Se acercó, bajó de su camioneta, le levantó el sombrero y de inmediato reconoció a Don Lalo, se asustó de lo pálido que se veía, lo tomó del hombro y lo zarandeo, pero Don Lalo no respondió. Fue entonces que cayó en la cuenta que era algo muy grave. Tomó su teléfono y llamó al 911, lo reportó y se fue, tenía que cumplir con sus entregas.

Poco a poco se fue juntando gente, alguno lo reconoció, es Don Lalo, el que vende periódico en la esquina, aquí a dos cuadras.

Llegó la ambulancia, los paramédicos inmediatamente se dieron cuenta que no había nada que hacer. Llamaron al servicio médico forense, varias horas tardó en llegar, mientras, ahí yacía Don Lalo, solitario, parecía que su vida a nadie le había importado, el Covid-19 se lo había llevado. Llegaron los forenses enfundados en sus trajes blancos, no había mucho que hacer, sacaron una bolsa negra, les fue difícil colocarlo en ella, porque ya estaba tieso. Para ellos solo fue la víctima número 83,096.

Una semana después su esquina ya estaba ocupada por un joven. Un asiduo cliente preguntó ¿Qué pasó con Don Lalo, por qué ya no lo vemos por aquí? El joven se encogió de hombros y solo respondió ¡No sé!

FIN

Por Adolfo Camacho Gómez.