Mexicali, B. C.

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Mexicali, B. C. México

sábado, 26 de diciembre de 2020

EN CASA DE MARÍA, ESTA NAVIDAD HUBO UNA SILLA VACÍA.

 

CUENTO CORTO

 


Era 24 de diciembre, María llega corriendo a su casa del trabajo. A pesar de la pandemia de la Covid-19 había tenido que solicitar el reingreso en su antiguo trabajo al que había renunciado cuando cerraron las escuelas y sus hijos se quedaron en casa todo el día, ahora su mamá era quien cuidaba de sus hijos. Su vida había dado un vuelco desde aquel fatídico día de principios del mes de abril.  

La necesidad de mantener un ingreso en el hogar obligó a su esposo Santiago continuar trabajando como representante de ventas a comisión. Aunque ya algunos de los negocios habían cerrado o limitado sus horarios, el apremio le forzó a continuar trabajando a pesar de que los contagios de la nueva enfermedad empezaban hacer una preocupación general. Pero él se tranquilizó cuando escuchó decir al Presidente que la enfermedad no era grave.

Una tarde-noche que regresó a casa de recorrer media ciudad tratando de levantar algunas ventas a pesar de la reticencia de los clientes por el temor a que tuvieran que cerrar, como en la epidemia de influenza del 2009. Llegó tan cansado que se fue a la cama sin cenar. Al día siguiente se levantó con el cuerpo adolorido, pero no podía darse el lujo de dejar de trabajar.

Santiago, le dijo María cuando le preparaba el desayuno ­—Te ves muy pálido ¿Te sientes mal? — Un poco María, me oíste, en la noche estuve tosiendo, pero necesito ir a trabajar, tengo la promesa de unos clientes de cerrar unas ventas hoy, y ya ves que son pocos los que quieren hacer pedidos, porque no saben cómo se pondrán las cosas — Bueno Santiago, cuídate mucho, que Dios te bendiga.

Ese día Santiago regresó más temprano que de costumbre, se empezó a sentir muy mal. María le tomó la temperatura, 38.5° registró el termómetro. Necesitas que te vea un médico, le dijo María, ve al hospital, tú estás registrado en el Seguro Popular — Tienes razón, me voy al hospital, asintió Santiago.

El Seguro Popular ya no existe, le dijeron en el hospital, tiene que ir a ésta dirección para registrarse en el INSABI y ahí le van indicar en qué hospital lo van a atender, pero a estas horas ya va a estar cerrado, vaya mañana temprano.

Al día siguiente, sintiéndose peor, Santiago, muy temprano fue a la dirección indicada y encontró una enorme fila hasta la calle, de personas queriendo hacer también su inscripción. Por fin, eran las 3 de la tarde cuando terminó su trámite de inscripción y resultó que el hospital que le asignaron era el mismo al que había ido el día anterior. Eran ya casi las 5 de la tarde cuando llegó al hospital designado, pero no le podían dar atención médica hasta que fuera dado de alta en esa institución. Después de una larga espera fue dado de alta, sin embargo, le informaron que ese día ya no alcanzaba cita médica. Tenía que regresar al día siguiente. A las 7 de la mañana empezaban a asignar las citas, le dijeron, y las citas están limitadas a un determinado número, así que tiene que venir lo más temprano que pueda para alcanzar una.

Era principios de abril, aún las autoridades no tomaban muy en serio la gravedad de la Covid-19 en México. Y en los hospitales parecían tener instrucciones de minimizar la nueva enfermedad.

Después de pasar una noche terrible, Santiago, al día siguiente de madrugada se presentó en el hospital para encontrar ya, una buena cantidad de personas que habían pasado la noche esperando ser los primeros para alcanzar cita. Santiago se formó y esperó a que abrieran las oficinas con la esperanza de ser uno de los afortunados. Después de una larga espera lo fue, y ya por el medio día lo recibió el médico, minimizando su enfermedad, le dijo que su mal era una simple gripe que había descuidado. Le prescribió unos medicamentos que en ese momento no los tenían en la farmacia del hospital. Afortunadamente el día anterior le habían depositado las comisiones del mes de marzo, compró las medicinas, una botella de agua y allí mismo se las tomó. Llegó a su casa, la fiebre y la tos no cedían y le empezaba a faltar el aire.

Esa noche cenó con sus dos hijos, que ya no iban a clases desde el 23 de marzo. En ese momento nadie se imaginaba que sería la última cena con su familia. Casi a media noche su respiración casi no le llevaba aire a sus pulmones, el termómetro marcó 40 grados. María no esperó más y llamó al 911 y pidió una ambulancia que llevara a Santiago al hospital. Ya, en la sección de emergencias del hospital, en la recepción las enfermeras lo veían con recelo. Por todo el personal del hospital se había diseminado el rumor de que ya estaban muriendo personas por la covid-19 y conocían la situación en Europa, donde la pandemia se extendía sin control. Ellos, en ese momento, sólo estaban protegidos con un cubre bocas, a pesar que las autoridades sanitarias les habían prometido los suministros para una protección completa. Su temor no era infundado.

Dieron ingreso a Santiago para la atención médica. A María no le permitieron pasar. Esperó en la salita de recepción por alrededor de una hora cuando un médico por la ventanilla le informó que Santiago se tenía que quedar internado y que probablemente al día siguiente ya se podría ir. Deje su número telefónico en la recepción y vuelva mañana para informarle como sigue, le dijo el médico. Ella, reticente a dejar el hospital tuvo que hacerlo porque había dejado a sus dos hijos solos.

Al llegar a su casa llamó a su madre para informarle la infortunada situación y pedirle que viniera por la mañana temprano para cuidar a los nietos mientras ella iría al hospital. Sin poder dormir, María, vigiló el sueño inocente de sus hijos esperando impaciente el amanecer para tener noticias de Santiago.

A primera hora del día siguiente, 6 de abril marcaba el calendario, María llegó al hospital para encontrar un grupo de gente fuera de la recepción de emergencias médicas. La novedad era que ya a los familiares de pacientes no se les permitiría entrar a las instalaciones hospitalarias ni tampoco se permitían visitas. Había un letrero que indicaba un teléfono al que llamar para pedir información del estado de sus familiares internados. Inmediatamente, María, marcó el teléfono, solo para enterarse que hasta después de las 11 de la mañana darían información de la situación de los pacientes en cuidados intensivos. Para María fue angustiante saber que Santiago estaba en cuidados intensivos, nunca se imaginó que su situación fuera tan grave.

Fueron lentas las horas de espera, los pensamientos más ominosos no le abandonaban. A las once en punto llamó, pero aún no tenían información, ni a las doce, ni la una, hasta las tres de la tarde, por fin, le informaron que el parte médico de Santiago lo asignaba como grave, ¿Pero que tiene? Gritó María al micrófono del teléfono, aquí el parte solo indica, grave, estable o en recuperación y el suyo es grave, contestó una voz impersonal, la próxima información la darán después de las seis de la tarde.

María, se había olvidado de desayunar y comer. Apresurada fue a su casa, quería ver a sus hijos para reconfortarse, ellos la recibieron asustados al no saber qué estaba pasando con su papá, su abuela trataba de calmarlos. Su madre le sirvió un plato de la comida que había preparado y María se sentó a la mesa para empezar a comer.

Apenas la había probado cuando sonó el teléfono, era el hospital, María palideció, le decían que tenía que presentarse inmediatamente. En el trayecto al hospital, otra vez los presagios más terribles le oprimían el pecho y le cortaban la respiración. Ya en el hospital golpeó la puerta de cristal con fuerza hasta que una enfermera la entreabrió, María se identificó y le permitieron pasar y le pidieron que esperara al médico de guardia. Ahí esperó un largo rato, tratando de alejar de su mente los más aciagos pensamientos, pero cuando de lejos vio venir al médico por el pasillo, su rostro le dijo todo, sintió desfallecer. Cuando el médico empezó a hablar ella ya no escuchaba o no quería escuchar la terrible noticia. Santiago era uno de los primeros en sucumbir por la Covid-19. El cuerpo no le fue entregado, no fue posible hacer un funeral, solo una semana después recibió sus cenizas.

Casi nueve meses habían ya pasado de aquel fatídico día, el confinamiento general obligado había pasado, su madre fue su soporte todo ese tiempo, ella había reiniciado a trabajar. Compañeros de trabajo, amigos y algún familiar habían seguido a su esposo, hasta sumar más de 120 mil en todo el país.

Ella se preguntaba todos los días ¿Por qué las autoridades no informaron con toda claridad la real gravedad de la pandemia, por qué no declararon el confinamiento a tiempo, por qué no ofrecieron apoyo a las empresas y trabajadores independientes como su esposo, para que pudieran sobrevivir el tiempo del cierre sin exponerse por la necesidad de llevar el sustento para sus familias, por qué los hospitales no estaban preparados si tuvieron el tiempo suficiente para hacerlo?

María puso algunos regalos bajo el arbolito que ella, sus dos hijos y su madre, hacía días habían adornado. En silencio ayudó a su madre a terminar de preparar la cena de esta Navidad que ya jamás sería igual.

Habría una silla vacía en su casa, y ciento veinte mil más, en miles de casas de todo el país.  

 

Por

 

Adolfo Camacho Gómez