En días pasados el Nuevo Herald
de Miami reseña la intervención pública del presidente de Venezuela, Hugo
Chávez, quien muestra estar enojado porque una fábrica de helados está parada
desde hace un tiempo. Se trata de una inversión conjunta cubana-venezolana. La misma nota indica que Hugo Chávez cuestionó
a la secretaria de economía quien le informó que el paro se debía a problemas
con el personal, falta de repuestos, materias primas y transporte.
Mucho llamó mi atención que el
presidente venezolano se ocupara públicamente de la suspensión de operaciones
de una fábrica de helados, pero más me sorprendió que hubiera una inversión
conjunta de dos naciones en una fábrica de helados. Uno piensa que las inversiones
conjuntas de naciones están enfocadas a enormes obras de infraestructura y no
en una fábrica de helados.
Fue inevitable mi siguiente
reflexión. Tenemos por un lado al gobierno de Cuba que por décadas impuso por
la fuerza un sistema de economía estatista hasta su máxima expresión y que su
fracaso lo ha obligado a empezar a liberarlo. Por otro lado tenemos al gobierno
de Venezuela, país que por siempre ha practicado un sistema económico liberar y
que en la última década se ha empeñado en estatizarlo.
En esta situación una fábrica de
helados une a dos países en una paradoja kafkiana. El primero, que tratando de
entrar en la economía de mercado invierte capital, financiero o tecnológico, en
una empresa estatizada por el segundo, en donde la ineficiencia intrínseca del
sistema, de la que trata de liberarse el primero, no produce beneficios para
ninguno.
En la misma alocución Hugo Chávez
advierte que habrá responsabilidades para quienes fueran responsables de tal
situación, sin darse cuenta, por estar inmerso en su propia vorágine estatista
imperial, que él mismo es el único responsable.
Una simple fábrica de helados expone al ridículo los gobiernos de dos
países que se debaten en el desastre de sus sistemas económicos.