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sábado, 20 de septiembre de 2014

DE LA CORRUPCIÓN ¿QUIEN ES CULPABLE?


La justicia siempre es motivo de preocupación en todos los países y tienen mucha razón en ello, porque será a final de cuentas lo que lo hará ser un éxito o un fracaso. En algunos porque es muy dura y en otros porque es muy blanda. Inútilmente muchos gobernantes se enfrascan en querer encontrar un punto medio, cuando tratándose de la ley es muy difícil establecer un punto medio o se cumple o no se cumple.

Por una parte tenemos a los encargados de mantener el orden y de salvaguardar a la ciudadanía de quienes no respetan la ley y por otra los que se encargan de administrarla. Los primeros están bajo la tutela del Poder Ejecutivo, uno de los tres pilares de la democracia y para los segundos tenemos otro pilar, El Poder Judicial. Entre ellos tenemos a un tercer pilar El Poder Legislativo, quien se encarga de hacer las leyes que los primeros vigilan y los segundos procuran. 

 Estos tres pilares de la democracia se conjugan para que la justicia funcione correctamente en un país. Cada uno tiene su parte que aportar y de lo bien que lo hagan resulta el tipo de justicia que el país tiene.

Pero, y por desgracia siempre hay un pero en nuestro país, una serpiente los une con un nudo gordiano, la corrupción.

La organización Transparencia Internacional en su informe sobre corrupción de 2012 coloca a México empatado con Bolivia en el lugar 105 de entre 174 países analizados. Entre otros países latinoamericanos colocan a Barbados en el 15, Chile y Uruguay empatados en el 20 solo después de Estados Unidos, Brasil en 69, Salvador y Panamá en 83, Colombia en 94, República Dominicana y Ecuador empatados en el 118, Nicaragua en 130, Honduras en 133, Paraguay en 150 y Venezuela 165.
Si arbitrariamente partimos a la mitad este ranking, México se encuentra entre los más corruptos del mundo. Del otro lado Barbados, Chile, Uruguay, Brasil, Salvador y Panamá, están entre los buenos.
¿Qué pasa con México? ¿Qué pasa con nuestro país? Es difícil para una persona que ha nacido y crecido inmerso en esta sociedad, poder esterilizarse para describirlo, pero aún así trataré de decir una honesta opinión.

Desde que empecé a comprender como funcionan las cosas en nuestra sociedad descubrí, tal como si aprendiera a jugar futbol, es decir como cosa natural, que el soborno pareciera ocupar todo resquicio de nuestras vidas.

Antes que nada quiero comentar que al soborno, que es conocido como mordida en nuestro país, parece ser que llamarle mordida y no soborno, le quita seriedad al hecho y lo vuelve como algo coloquial, como algo que no daña a nadie y si ayuda a todos. Terrible engaño.

Desde los primeros años en la escuela aprendemos que copiar es malo, pero es malo solo si el maestro te sorprende, entonces se convierte en un juego de astucia en la que no tiene nada que ver honestidad, justicia o ética. Conseguir las tareas a cualquier precio o de cualquier manera se vale porque a los maestros poco les importa. Al final comprar un título de cualquier carrera es más que factible. Y no me refiero en sobornar a alguien en la universidad, que puede ser posible, me refiero a que hay lugares especializados y bien conocidos que se dedican a este lucrativo negocio. Con solo proporcionar un nombre y una fotografía lo entregan en unas horas y hasta servicio urgente proporcionan por aquello de una cita de trabajo inminente. ¿Que las autoridades lo saben? Claro que lo saben pero a cambio de un soborno adecuado hacen como que no saben nada. Imposible pensar de otra manera si una y otra vez dicen acabar con esta lacra; detienen a algunos responsables y sin embargo la actividad ilícita persiste. No es difícil imaginar la infinita cadena de ineficiencia que se genera al conseguir un trabajo con un título universitario apócrifo. Vaya, hasta algunos políticos han sido señalados de esta posibilidad.

Por su parte, el maestro se debate entre la impotencia y la mediocridad obteniendo prebendas y defendiendo esa mediocridad por medio de presión y amenazas al gobernante, quien es su empleador, cuya expresión más eficaz es el paro, es decir la suspensión de clases. El maestro tiene el descaro de pedir a los padres de sus alumnos que lo apoyen en la suspensión de clases. ¿Puede alguien siquiera imaginar que un maestro pida a un padre de familia le apoye en su anárquica decisión? Lo cual implica la antítesis del motivo por el cual los padres mandan a sus hijos a la escuela. Pues no hay que imaginarlo, es un hecho real que sucede constantemente en nuestro país. ¿Pero porque sucede? La educación debe ser gratuita dice la ley, es decir el padre de familia no desembolsa ningún centavo al llevar a su hijo a la escuela. Pero es poco consciente de que, lo que no paga en ese momento, lo debe pagar con el cobro de los impuestos que hace el Estado. Pero como la mayoría de los padres no paga impuestos, por estar en la informalidad o evadirlos en la formalidad o porque los salarios son tan bajos que están exentos, no tiene en su ser el valor civil para reclamarle al maestro. Es decir, uno hace como que da clases y el otro hace como que paga impuestos. El campo queda listo entonces para el chantaje del maestro, una de las formas más indignas de la corrupción por tratarse de niños inocentes. El maestro no lo dice abiertamente, sino que solo deja sentir el peso de su autoridad; Si no me apoyas yo tengo el poder de reprobar o expulsar de la escuela a tu hijo. Por su parte el padre o madre del alumno lo apoya porque replica el chantaje; A cambio tu, maestro, tienes que tratar con benevolencia a mi hijo y darle buenas calificaciones. Resulta al final que tenemos un sistema de educación primaria en donde todos los niños sin excepción son aprobados, sin importar su nivel de aprendizaje. La consecuencia no se deja esperar mucho tiempo, la deserción en la educación secundaria es altísima. Claro que existen maestros que no están de acuerdo con éstas prácticas pero se ven impotentes ante la marea corrupta que los rodea. De esta forma en la primera edad del niño queda bien marcado, de la forma didáctica más eficaz, que la honestidad y el esfuerzo no son los valores que fundamentan nuestra sociedad. Aprende de primera mano que la constancia y el esfuerzo no son ninguna prioridad, que el maestro reta al gobierno y que increíblemente se invierten los papeles, ya que es el gobierno quien soborna a los maestros con prebendas para que regresen al salón de clases, en lugar de ser sancionados. Que sus papás aceptan y apoyan a los maestros a cambio de que sus hijos sean bien tratados. Que su aprendizaje (la del niño) no importa para su evaluación final.

Cuando el niño llega la edad adulta ya ha aprendido que el soborno y el chantaje son un medio indispensable para bregar en la sociedad. La variedad de formas se multiplican casi al infinito.

Algo debemos decir sobre la aparentemente inofensiva propina. Esa pequeña cantidad de dinero que damos a las personas en todas partes como una adición del pago que ya hicimos por un servicio. ¿Por qué aceptamos dar propinas tan libre y alegremente? Son varios los motivos que están involucrados en esta práctica. Lo normal y más superficial es una acción por la cual agradecemos un servicio. Pero ¿Porqué pagar un precio adicional por un servicio por el que se supone se ha pagado su justo valor? Por dos simples razones supongo; o porque sabemos que el empleado que nos ha servido está injustamente mal pagado o para que el servidor que recibe un sueldo justo por dar un servicio correcto y adecuado no baje ese estándar. Si consideramos que esto no es soborno porque no se involucra una autoridad, la realidad es que es delgada la línea que los separa. Si lo hacemos por el primer motivo estamos solapando la injusticia de un patrón, es decir la corrupción de un sistema justo de valores. Si lo hacemos por el segundo, aceptamos el chantaje implícito del servidor. Pero también hay otro motivo, pretender que el servidor no siga los reglamentos propios de su empresa en nuestro beneficio. Pero ¡vaya! No hay que hacer una tragedia, se trata de una simple propina. ¿Una simple propina?

En el seno del hogar desde su niñez y adolescencia se da el siguiente paso, el definitivo, el que gradúa con honores al nuevo candidato a ciudadano en el mundo de la corrupción institucionalizada. 
En México la portación de armas está generalmente prohibida, salvo para la policía y para alguno elementos de seguridad privada mediante licencia otorgada por la Secretaria de la Defensa Nacional (SDNA).
Por otra parte existe el derecho constitucional de la posesión de armas para la defensa de personas y bienes, pero esto se supone que únicamente puede ser dentro del hogar puesto que la portación está prohibida. Ahora bien para ejercer este derecho es necesario ser mayor de edad y que la tenencia de un arma esté autorizada y registrada ante la SDNA, quien limita la capacidad y calibre de las armas permitidas a menores de las que poseen las policías y el ejército.
Tenemos entonces que la tenencia o posesión de un arma está permitida por la constitución para cualquier ciudadano mayor de edad bajo las limitaciones que la SDNA impone… ¡Pero el comercio de armas está prohibido! Tenemos aquí uno de muchos absurdos en nuestra patria ¡La constitución permite pero la ley prohíbe!
Es aquí donde el niño después adolecente, en el seno de su hogar con sus padres como ejemplos primigenios, se enfrenta con un incomprensible absurdo que desemboca en la ilegalidad y corrupción más inimaginablemente difundida y enraizada en todos los rincones de la patria, desde los más ricos hasta los más pobres, desde las grandes urbes hasta los parajes más recónditos.
A sabiendas de la ilegalidad del hecho y por lo mismo nadie habla de ello, no se comenta con amigos menos con extraños, pero en millones de hogares en todo lo ancho y largo de nuestra república existen millones de armas de todo tipo. ¿Cómo llegaron a nuestro país? ¿Cómo fueron adquiridas? ¿Quién las vende?
Ante el inalienable instinto del jefe de familia por proteger a los suyos y sus bienes frente a la creciente e incontrolable ola de criminalidad y la ineficacia de la policía, poseer un arma se ha vuelto parte de la cotidianidad y en las zonas rurales hasta de supervivencia tanto por su defensa como para llevar comida a la mesa mediante la caza de especies menores.
Como no existe un mercado legal de armas la necesidad anímica o real por poseerlas ha provocado un mercado ilegal. Se vende, se compra y se guarda en sigilo, fuera de la ley. Al no haber documento que valide su legal adquisición hace imposible que el ciudadano acuda a la SDNA para registrarla. La cadena de ilegalidad y corrupción se da por necesidad. Entran las armas al país ilegalmente a través de un sistema aduanal ineficiente y corrupto, se comercia con ellas ilegalmente por la ineficiente y corrupta policía y el soborno con su manto facilitador lo cubre todo. Por tal motivo las autoridades no tienen ni la menor idea de cuantas armas existen en posesión de los ciudadanos, ya no digamos en manos de las mafias, delincuencia organizada o grupos guerrilleros.
Es tan consciente, sínica y permisora la autoridad de esta red de ilegalidad y corrupción que en las fiestas de año nuevo, cuando es costumbre que la gente saque sus armas para a mitad de la noche hacer disparos al aire, que la SDNA, los Gobernadores y Presidentes Municipales hagan peticiones públicas a la ciudadanía para que se abstenga de hacerlo. Petición que orondamente año con año es desoída y no pasa nada. En estas festividades es cuando generalmente el niño hace sus primeros disparos. Gran enseñanza para el joven que pronto será ciudadano.
Los absurdos se multiplican. El comercio de drogas está prohibido, pero la ley exime de culpa al ciudadano que porte hasta cierta cantidad de droga para su uso personal. ¿Entonces como diablos va adquirir ese mínimo que la ley le permite? Por supuesto en forma ilegal.
Estar en la informalidad, es decir, operar una unidad de comercio o servicio sin los registros y permisos requeridos y por supuesto sin pagar impuestos es un delito, pero la autoridad lo permite, lo solapa y hasta se aprovecha de ello con el argumento de que la constitución consagra el derecho de todo mexicano a ganarse la vida honestamente, organizando a millones de gentes con fines políticos. 
Las malas prácticas entre ciudadanos que comúnmente calificamos como corrupción, técnicamente no es tal, más bien son delitos perfectamente punibles en las leyes vigentes. Todas estas malas prácticas son susceptibles de querellas legales entre particulares y de castigar.
Pero cuando entramos al ámbito de la ley y la justicia en donde las autoridades son las encargadas de hacerlas y aplicarlas si podemos hablar de corrupción lisa y llana.
Si México es tan corrupto, como dice Transparencia Internacional, quien es entonces quien debe liderar el cambio, la transformación.
Se nos dice repetidamente desde el gobierno, pretendiendo lavar su culpa, que para que exista corrupción tiene que haber dos, el que ofrece y el que recibe, es decir, el ciudadano civil y el funcionario gubernamental. La realidad es que esta opinión tan difundida es conceptualmente falsa porque la acción o inacción a conveniencia del actor gubernamental es el origen y objeto de la práctica corrupta.

La realidad es que en todo el mundo en todos los países a habido y siempre habrá quien intente evadir la acción de la justicia, inclinarla a su favor u obtener beneficios económicos comprando el favor de las autoridades. ¿Por qué entonces en unos países florece la corrupción y en otros no? La respuesta es muy sencilla. En los países en donde la corrupción es mínima no es porque no existan ciudadanos con la intención de burlar la ley, sino porque los funcionarios encargados de aplicarla no lo permiten y los castigos para aquellos que transigen son efectivos, duros y ejemplares.

Hace poco escuche nada menos que al presidente de la república Enrique Peña Nieto decir en televisión nacional que acabar con la corrupción en México es muy difícil porque es un asunto cultural. Nada más por esta sínica respuesta el presidente debería ser defenestrado. Su sínica respuesta implica que desde la propia presidencia de la república se solapará —por no decir se promoverá— la corrupción ya que según su propio dicho poco o nada puede hacer.

Para Enrique Peña Nieto es tan natural la corrupción porque él mismo es fruto de la corrupción. El Partido Revolucionario Institucional (PRI) no nace para ofrecer una opción democrática a la ciudadanía sino para controlarla mediante el reparto de favores a sus líderes. Desde el más modesto jefe seccional hasta los más altos cargos, todos han sido receptores del reparto de beneficios. Escalar jerarquías hasta ser premiados con un puesto en la estructura gubernamental fue el sistema instalado durante 70 años. El aforismo o máxima de todo integrante del PRI y de su sistema fue y parece vuelve a ser “No me des, nomás ponme donde hay…que de agarrar yo me encargo” y en la ciudadanía en general se hizo común la ingeniosa ocurrencia “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error” que no significaba otra cosa que estar fuera de la nómina gubernamental es estar jodido. Pero la corrupción fue solapada, promovida y ampliamente aprovechada por los más encumbrados personajes, no obstante a ello, se convirtieron como aberrantes ejemplos, en figuras veneradas por el PRI. El representante más señero de esta élite, no por único sino porqué alardeó sin tapujos de su fortuna, fue el profesor Carlos Hank González, quien de ostentarse un modesto profesor — que no lo era— acumuló una inmensa fortuna al amparo del poder, gobernó el Estado de México y se le atribuye el liderazgo de una especie de cofradía llamada Grupo Atlacomulco de donde se ha presumido la designación de los gobernadores del Estado de México desde la década de los 40 y cierta influencia para la elección de candidatos a la presidencia de la república. A este personaje se le atribuye la frase “Un político pobre es un pobre político”. En esta línea de corrupción se inserta el propio Enrique Peña Nieto quien fue a su vez gobernador del Estado de México y ahora presidente de la república, es decir tiene su origen en el Grupo Atlacomulco. Es pues la corrupción un aluvión, que bien ha permeado en la sociedad y tiene su punto de partida en los más altos cargos de la nación.
“Primero mátalos y después averiguas” fue una frase atribuida al presidente Porfirio Díaz, la cual manifiesta el máximo desprecio posible a la ley y la justicia. Posteriormente, fue adoptada en su hacer cotidiano por el anterior forajido y después líder de la revolución Francisco Villa. Como herencia maldita de esta máxima, aún hasta nuestros días, se encarcela sin el menor reparo a gente inocente sin tener la menor prueba real de culpabilidad dejando en el inculpado encarcelado la carga de la prueba de su inocencia.
“Carrancear” fue una palabra adoptada por el pueblo como sinónimo del robo descarado de los bienes de la nación durante el periodo del presidente Venustiano Carranza, quien fue asesinado como resultado de las luchas por el poder en su huida para establecer su gobierno en Veracruz.
“Nadie resiste un cañonazo de 50,000 pesos” sinónimo de la mayor indecencia posible, fue la expresión del General Álvaro Obregón, quien fuera presidente de México y a quien se atribuye la maquinación del asesinato de Venustiano Carranza.
“Es el orgullo de mi nepotismo” dijo el presidente José López Portillo cuando designó a su hijo como subsecretario de programación y presupuesto. Costumbre despótica nada extraña, más bien común, aceptada y ejercida por todos los presidentes de la república y por todos los funcionarios públicos desde el más alto hasta el más bajo nivel. Es bien sabido como Benito Juárez dio empleo a toda su parentela y siguiendo su ejemplo, así ha sido hasta la fecha.
Pero la corrupción más nefasta, la práctica que ha podrido hasta las entrañas a la nación entera y que nulificó totalmente los poderes legislativo y judicial, es la que instauró Álvaro Obregón abrogándose el poder de la designación de su sucesor en la presidencia de la república desde 1924. Quien en aquel momento recibió el beneplácito fue Plutarco Elías Calles. De ese momento hasta 1994 todos los presidentes de México fueron designados en forma personalísima por sus antecesores y cada uno de ellos en forma similar fue el gran elector de todos los gobernadores y estos a su vez de todos los presidentes municipales. Las elecciones pasaron a hacer un simple remedo democrático. A través de la coerción, el fraude o la violencia siempre ganaron los designados por el presidente. El propio gran santón de la revolución, el General Lázaro Cárdenas jamás hubiera sido presidente si no fue por la designación que de él hizo Plutarco Elías Calles, que bien pudo haber escogido a otro dejando en el ostracismo histórico a Cárdenas, pero éste a su vez no pudo evitar sustraerse a la nefasta práctica corrupta y designó presidente a Manuel Ávila Camacho.
Fue tal el descaro manifiesto del uso de ésta usurpación de la voluntad ciudadana, no únicamente ilegal sino también irracional, que la mayoría de los ex presidentes en sus memorias lo han descrito. El escritor Mauricio González de la Garza en su libro Diluvio[1] nos relata del ex presidente Gustavo Díaz Ordaz; "Luis Echeverría fue escogido, según palabras de don Gustavo, por silencioso, por disciplinado, por trabajador, por patriota y por anticomunista. “Si alguna vez hubiera aceptado ir a comer a su casa —y no fui para protegerlo— de seguro que jamás llega a la presidencia. Unas horas en esa casa me hubieran revelado todo lo que estuvo para mi escondido”.
¿Regresará Enrique Peña Nieto, después de doce años de habernos librado de ella, ésta nefasta costumbre? Por el bien de México espero que no.
Es mentira púes que el pueblo sea corrupto por naturaleza. La corrupción nace, se derrama y se esparce desde las más altas élites del poder. El pueblo se ve inmerso en la corrupción por necesidad, por la necesidad que le impone el estado corrupto y corruptor para poder deambular por los vericuetos kafkianos de la burocracia y la justicia.

Adolfo Camacho Gómez



[1] DILUVIO (Mauricio González de la Garza) Editorial Grijalbo 1988 página 59.