En relación de ese hecho quiero reseñar este cuento:
Se dice del jefe de gobierno de un país hipotético (Aquí ponga usted cualquier país), en una conversación con funcionarios, amigos y mirones, en voz alta comentó —Ya no aguanto a fulano de tal, no lo puedo ver ni en pintura— Días después, el presidente, extrañado de no ver a fulano de tal preguntó por él a su ayudante y el ayudante contestó —Ya nunca lo va a molestar— ¿Que pasó, se fue de la ciudad? replicó el presidente, y el ayudante agregó —No, pero jamás va usted a volver a verlo— Entonces el presidente sorprendido entendió el mensaje y expresó —¡Yo jamás dije que lo mataran, solo dije que no lo quería ver! —
La moraleja es, que una expresión de odio dicha por un poderoso, aunque sea al azar, puede ser interpretada como una orden por cualquiera que quiera congraciarse con él y las consecuencias pueden ser catastróficas.
Un gobernante tiene la obligación de cuidar lo que dice en público y privado.
Por desgracia el presidente López Obrador, no mide sus expresiones, bien puedo decir que lindan en el odio, contra todo aquel que no concuerda con sus ideas de gobernar. No entiende que no toda la población con derecho a votar, votó por él. Algunos ciudadanos expresaron su rechazo en las urnas, otros simplemente fueron apáticos y no ejercieron su derecho a elegir, pero eso no significa que estuvieran de acuerdo con sus propuestas. La suma de los apáticos y los que no lo votaron hacen la nada despreciable suma del 60% de los ciudadanos registrados para votar.
La libertad de expresar las ideas es uno de los principales derechos inalienables del ciudadano en cualquier sociedad democrática. Pero además es el derecho primordial por el que la izquierda, que desde todos los foros posibles hicieron campaña para llevarlo al poder, ha luchado desde siempre.
La historia del siglo pasado y el presente está plagada de ejemplos de líderes, que con el afán de imponer sus ideas o perpetuarse en el poder han sembrado en sus países el odio contra quienes no comulgan con sus planes. La división entre buenos y malos, los buenos son los que están a su favor y los malos los que cuestionan sus ideas. Ese odio sembrado conscientemente por un líder carismático ha llevado a esa gente buena a obedecerlo ciegamente y cometer crímenes atroces, ejemplo; en la ex Unión Soviética, China, Alemania de Hitler, Camboya, Libia, Uganda, Irak, Cuba y Venezuela entre otros, sumando por millones sus víctimas. Estas víctimas fueron denunciadas o victimadas por sus propios conciudadanos, vecinos, compañeros de trabajo e inclusive familiares que fueron ideologizados.
Ideologizar es lo que hace López Obrador todos los días en sus mañaneras. Es una arenga diaria dirigida su masa de seguidores, que en lugar de informar se dedica a señalar a todo aquel que manifiesta desacuerdo con sus ideas y todo aquello que a su juicio estorba a su cuarta transformación. Aquí está incluido el periódico Reforma, pero también todos los medios hablados, escritos televisados o en redes por internet que lo critican. Pero también instituciones que le estorban en sus planes autoritarios, como la Comisión Nacional de Derechos Humanos, el Instituto Nacional de Transparencia y Derecho a la Información, la Secretaria de la Función Pública, el Instituto Nacional Electoral, la Suprema Corte de Justicia de la Nación cuando no decide a su favor. Expresa también una animadversión casi patológica con todo aquello que representa superación personal y excelencia, aquí algunos de sus señalamientos; "los que van a estudiar al extranjero adquieren malas mañas, los científicos becados son elitistas, los ingenieros y arquitectos no son necesarios porque cualquiera puede construir una casa o a los médicos les importa más el dinero que la salud de sus pacientes", etc.
Todo esto tiene un corolario, infundir entre sus seguidores la premisa que ser pobre es una condición natural y buena. Aquí se incluyen sus discursos, que parecen más homilías cristianas, incitando a la austeridad espartana; dos pares de zapatos, un traje y si se puede un carrito es suficiente para vivir, lo demás es lujo insano, pero no se queda ahí, inyecta su ponzoña diciendo — Ya los lujos no se ven bien, ya no es como antes, las extravagancias, ya la gente las ve mal—
Este discurso tiene dos interpretaciones, decirles a sus seguidores, de quienes López Obrador está bien consciente que son los que menos tienen y que en sus maquinaciones piensa que los tiene sujetos mediante sus ayudas sociales, con las cuales nunca saldrán de su pobreza, que está muy bien que se queden allí, que lo que es malo es la riqueza. Para ellos la pésima educación y mediocre salud que provee el estado debe ser suficiente y deben estar agradecidos.
Por otra parte, es una incitación al odio hacia todo aquel que, para el pobre, es rico, es un llamado al linchamiento social de todo aquel que a ojos de sus seguidores parezca “extravagante”.
Toda la bonanza que prometió López Obrador en su larga campaña al poder, se ha desmoronado en tan solo estos primeros 17 meses de su gobierno. Por delante solo hay en su futuro, cuando menos el inmediato, un crecimiento, tal vez no visto en las últimas décadas, de la pobreza. Pobreza es pues, lo único que tiene por ofrecer, de ahí su discurso de alabar la pobreza y demonizar cualquier tipo de riqueza por más mínima que esta sea.
La gente sensata se lo dice, pero eso a López no le gusta. Tiene margen de rectificar, pero su obnubilación no se lo permite, es por eso que atacar a todo aquel que exprese la más mínima crítica es su respuesta y en su ataque lleva la impronta que siembra odio en sus seguidores contra ellos.
Ya que no esperamos que López Obrador cambie un ápice su forma de gobernar y su modo de expresarse, esperemos que ese odio que irradia a diario no se convierta en una tragedia.
Adolfo Camacho Gómez