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lunes, 13 de febrero de 2012

EL FIN DEL MUNDO



A pesar del corto tiempo que el hombre vive sobre la tierra es de llamar la atención su gran  preocupación por el fin del mundo.

Si es tan corto el tiempo de vida del hombre sobre este mundo ¿de donde le viene su inquietud por que la tierra que lo cobija se acabe?

Ahora sabemos que el sistema solar, donde se inserta la tierra, tiene aproximadamente 4,500 millones de años, que el sistema solar es eso precisamente, solar, es decir que nuestra tierra es un satélite del sol, como la luna es satélite de la tierra. Que la tierra existe gracias a que el sol existe, que si el sol deja de existir lo mismo hará la tierra y no al revés. A su vez el sol existe gracias a la formación de la galaxia que llamamos Vía Láctea, en la cual tanto el sol como la tierra son una minúscula parte. Que esta galaxia es una de cien mil millones que existen en el universo que observamos. Dicho de otra manera, nuestra enorme galaxia es apenas un punto muy pequeño en el universo, y dentro de ese pequeño punto, nuestro sistema solar es prácticamente nada y dentro de esa nada está la tierra y después, solo después, los seres humanos que la habitamos.

Ahora sabemos que la vida inició en la tierra alrededor de unos mil millones de años después de haberse formado, sin embargo si consideramos a los primeros seres que fabricaron herramientas nos remontaríamos a solo 2.5 millones de años y si señalamos a los primeros seres que cultivaron la tierra y desarrollaron la ganadería estaríamos apenas a  8,500 años y  de la escritura a 5000 años solamente. Pero si queremos saber cuándo vivieron los seres humanos que nos permitieron saber  que la tierra y el sistema solar se formó hace 4500 millones de años, que el sol que permite que los seres humanos vivamos en la tierra, continuará en su fase actual fusionando hidrogeno por otros 5000 millones de años y después empezará a decaer en una estrella gigante roja para terminar en una enana blanca y con ello  la vida sobre la tierra será imposible, entonces debemos alejarnos a tan solo menos de 100 años, es decir algunos de estos preclaros hombres aún están entre nosotros.

Estas inteligentes personas nos han demostrado sin lugar a dudas que el temor de los seres humanos  por un inminente fin del mundo es una ridícula idea explotada por grupos religiosos o seudo-religiosos, que por desgracia millones de personas la creen con una inocencia empapada de ingenuidad.

Antropólogos y geólogos tienen perfectamente claro que la humanidad tendrá que convivir en el futuro con grandes deshielos y monstruosas glaciaciones, grandes erupciones volcánicas, innumerables terremotos y uno que otro asteroide o cometa, ante lo cual es incierto si el hombre actual sobrevivirá. Sí el 99% de las especies que han poblado la tierra han desaparecido y ninguna de ellas ha perdurado por más de 500 millones de años, la posibilidad de que nuestra especie, la de los seres humanos tal y como nos reconocemos, también desparezca, parece ser un destino ineludible… y esto será, mucho, mucho antes del fin del mundo.    

domingo, 11 de diciembre de 2011

NOSTRADAMUS

La ciencia ficción se especializa en llevarnos con toda facilidad al pasado y al futuro. Viajar al pasado siempre es excitante porque nos da el poder de llevar avances tecnológicos y científicos que sabemos de antemano que eran desconocidos en esa época y en esas condiciones seríamos poco menos que dioses para los mortales de esos tiempos. Pero también muy pronto irrumpe ante nuestros ojos la paradoja de que si cambiamos un mínimo detalle de ese pasado no podríamos existir en el futuro y por lo tanto no podríamos viajar al pasado. Las leyes de la física parecen confirmarlo, todo nos indica que hay una sola flecha que señala hacia adelante. Si vaciamos un vaso de agua no podemos regresarlo, si a una taza de café le agregamos una cucharada de azúcar y un chorrito de leche y lo mezclamos no podemos des-mezclarlos. Alguien diría que podemos separar sus componentes y es cierto, pero ese sería un proceso siguiente, es decir, hacia adelante.
Pero el futuro es otra cosa. La ciencia nos dice que si bien no podemos viajar en un instante al futuro, simple y sencillamente por qué aún no existe, si le podemos jugar un truco. El truco consiste en lograr desplazarnos a una velocidad cercana a la luz, entonces el tiempo del viajero se hace más lento y al regresar al punto de partida, los que se quedaron habrán avanzado en el tiempo lo que el viajero se retrasó. Pero mientras eso sucede los simples mortales vivimos pensando en el futuro. Llenamos nuestras agendas de lo que vamos hacer mañana, pasado mañana, la semana o el mes que viene y cada fin de año hacemos propósitos para el año entrante. Las empresas hacen planes y proyectos para uno o varios años por venir. De hecho de alguna manera cambiamos el futuro a cada momento cuando decidimos hacer o dejar de hacer cada cosa. Sabemos que la vida del niño que aprende a leer y escribir será diferente a la del niño que no lo hace, es cierto nunca sabremos los detalles, pero la experiencia nos dice que la vida de uno podrá ser más confortable que la del otro. El hombre que comete asesinato estará cambiando su vida futura de libertad por la de confinamiento. Ahora bien no es lo mismo incidir en el futuro por nuestros hechos presentes que predecirlo. Vaticinamos una vida difícil para el niño que no aprende a leer y escribir pero no podemos predecir que muy bien pueda ser un autodidacta exitoso o que el niño instruido muera a temprana edad.
En la antigüedad un ejército se preparaba para ir a la lucha y se podría sentir y de hecho ser superior a su oponente, por lo tanto predecir que saldría vencedor, sin embargo la incertidumbre de vencer o ser vencido no se dilucidaba hasta el final de la lucha. Cuantos ejemplos tenemos en el pasado de ejércitos débiles que vencieron a ejércitos superiores.

Podemos saber con absoluta precisión cada paso del pasado pero no podemos incidir para cambiar ni un ápice de lo sucedido, en cambio podemos incidir en el futuro pero no podemos saber nada de lo que sucederá.

El futuro ha inquietado siempre a todos los seres humanos; ¿ganaré o perderé la batalla? ¿Triunfaré o fracasaré en este negocio? ¿Cómo será el hombre o mujer con quien me casaré? ¿Cuántos y como serán mis hijos? ¿Cuánto tiempo viviré? ¿Cómo moriré? Estas preguntas jamás han podido ser contestadas, sin embargo el hecho innegable de que podemos incidir de alguna manera en lo que sucederá en lo inmediato y a veces en lo mediato, de que la cotidianidad de la vida nos permite saber con cierta exactitud lo que será nuestra vida el día siguiente o lo que anhelamos que suceda sucede, nos precipita en ocasiones en la ingenuidad de creer que podemos predecir el futuro.
Cuando caemos en la cuenta de que por mas preparativos y mas planeación, las cosas no resultan suceder como deseábamos. Cuando caemos en la cuenta de que lo fortuito es tan consistente que no nos permite un parpadeo. Cuando nos damos cuenta de que hay miles de circunstancias que no dependen de nosotros y no podemos controlar. Cuando nos subimos a un avión y de pronto somos conscientes de que podemos sufrir un accidente fatal porque un mecánico dejó flojo un tornillo, porque recibió una llamada telefónica avisándole que su hijo estaba grave, porque había sido atropellado por un individuo que no veía bien, porque el día anterior se le rompieron sus anteojos ya que los había dejado en el asiento contiguo en el consultorio médico, donde una viejecita se sentó sobre ellos, la cual se percató, después de haber roto los anteojos, que se había equivocado de consultorio. Es entonces cuando el deseo de conocer lo que sucederá, cuando  y como sucederá, se convierte en un impulso irracional.
Ese impulso irracional de los seres humanos ha hecho posible que desde siempre hayan existido quienes se abrogan el don de predecir el futuro.  Profetas, oráculos, vaticinadores, adivinadores, visionarios, videntes, clarividentes, agoreros, iluminados, elegidos, nigromantes, grafólogos, hechiceros, quirománticos, entre otros muchos, han proliferado durante toda la historia lucrando con esa irracionalidad. Hubo un tiempo en la antigüedad que ser adivino de un rey podría causarle la muerte si sus predicciones no eran correctas, entonces para salvar sus vidas sus vaticinios se volvieron confusos, ambiguos y difíciles de interpretar.
Un claro ejemplo de lo anterior lo tenemos en el episodio de la historia de Filipo, padre de Alejandro, cuando en el año 336 a.C., habiendo ya unificado toda Grecia se preparaba para hacer la guerra contra el poderoso rey Darío III Codomano, Filipo fue a consultar solemnemente al oráculo de Delfos preguntándole si vencería al rey de los Persas. Apolo en voz de la pitonisa le habría respondido: “Mira, el toro está coronado de guirnaldas, su fin está cercano: el sacrificador dispuesto”.
Para cualquier persona está claro que la ambigüedad de la predicción de la pitonisa no dejaba claro quién sería el vencedor,  pero para Filipo todo era muy claro, el toro era el rey Darío que hacía poco había sido coronado rey de los Persas y el sacrificador era él.
La historia nos dice que poco después Filipo fue asesinado por Pausanias, un soldado rencoroso, antes de iniciar la guerra contra los persas. Fue su hijo Alejandro quien venció a Darío III, quien murió a manos de los soldados de Alejandro, terminando con la dinastía de los Codomanos y con el imperio Persa para siempre.
Lo conciso de las palabras y la amplitud de las interpretaciones posibles de la predicción de la pitonisa cubrían cualquier resultado y la salvaban a ella.
Un cuento muy conocido nos presenta a un rey envidioso de la popularidad del mago de la corte, que decidiendo librarse de él lo llama y le solicita una predicción en la inteligencia de que si se equivoca sería ejecutado.
Entonces el rey le pide al mago que adivine la fecha de su propia muerte. El mago descubre las verdaderas intenciones del rey y elabora la siguiente respuesta.
“No puedo decir la fecha exacta de mi muerte pero sé que ésta ocurrirá un día antes de la muerte del rey”
El rey indeciso en creer o no creer la predicción del mago decide llevarlo a vivir con él  con el fin de protegerlo de morir.
El cuento nos dice que la cercanía de los dos personajes los hizo grandes amigos y los dos tuvieron largas vidas, muriendo el rey un día después de la muerte del mago por la pena de haberlo perdido.
Las predicciones ambiguas e ingeniosas provenían de personas ingeniosas e inteligentes que sabían mentir sin ser atrapados, sin embargo durante largo tiempo ha habido agoreros que se han atrevido a dar fechas concretas para el fin del mundo y en todos los casos han tenido que soportar la burla del mundo entero. Aprendiendo de la estupidez de sus predecesores los nuevos profetas siguen augurando el fin del mundo pero ahora su profecía se vuelve ridícula, por decir lo menos, ya que se limitan a decir; que pronto llegará el fin del mundo o que el fin del mundo está cerca o que los acontecimientos indican que es inminente. No es difícil de entender cómo este tipo de iluminados siguen proliferando, cuando hay millones de seguidores que creen a pie juntillas lo que ellos dicen.
Pero hay otros que basados en la ciencia o conocimientos generales muy concretos han sido verdaderos profetas sin que nunca exigieran ese título. El más famoso de todos ellos es sin duda Leonardo Da Vinci, Julio Verne es otro de ellos, Einstein se instala con todo merecimiento entre ellos cuando entre otras cosas, basado en su teoría de la relatividad general predice y afirma que la luz se comba al pasar cerca de un objeto masivo. Lo único que faltaba era que en el futuro pudiera ser comprobado. Cuando el eclipse de sol del 29 de mayo de 1919 permitió observar que los rayos de luz de las estrellas Híades estaban desplazados justo en la medida predicha por su teoría, Einstein recibió un telegrama enviado por Lorentz confirmándole el hecho. Einstein se lo mostro a su discípulo Ilse Rosenthal-Scheneider quien le preguntó ¿Qué habría dicho usted si no hubiese habido tal confirmación?  Y Einstein respondió “Me hubiera compadecido de nuestro amado Señor. La teoría es correcta”. He aquí una predicción con datos claros y concretos que se cumple con toda exactitud.
Muy lejos de estos verdaderos visionarios del futuro está Nostradamus. Nostradamus es aun más ambiguo, confuso y enigmático que la pitonisa del oráculo de Delfos. De sus mil cuartetas solo una mínima parte y haciendo verdaderos malabarismos mentales han podido ser adjudicadas a hechos posteriores y las mismas pueden muy bien adjudicarse a hechos diferentes de los que supuestamente predicen.
“En la vigésima primera centuria de nuestra era, anglos y germanos vencerán gran azote de la humanidad”. No, no es una profecía de Nostradamus, pero ¿Quién me puede negar el derecho de hacer las propias? ¿Quién puede adivinar a que me refiero? Con toda seguridad no faltará en el futuro algún hecho que pueda ser adjudicado a mi predicción sea o no lo que yo tenía en mente y entonces me llamaran profeta.
Nostradamus vivió en la época que hoy llamamos renacimiento, ya contaba con 17 años cuando falleció Leonardo Da Vinci, sin embargo no parece haberse enterado de su existencia, de hecho Nostradamus vivió toda su existencia dentro de las fronteras de Francia. Ejercía la medicina y la astrología. La astrología era una profesión respetada en ese tiempo, se supone que era necesario ser un acucioso observador del cielo para ello, pero en realidad no era así porqué ya existía mucha información escrita. Al nacimiento de Nostradamus en 1503 la imprenta existía desde hacía 50 años. Aún así, debemos considerar que en ese tiempo y desde la más remota antigüedad era práctica común de niños y adultos observar el cielo por las noches, tal vez era el entretenimiento más popular, por lo que fue nada difícil que la gente plasmara sus anhelos y preocupaciones en la enigmática y misteriosa bóveda celeste. El surgimiento de individuos que le dieran algún sentido a lo que veía la gente se hizo inevitable, así que los almanaques basados en las estrellas se popularizaron, marcando con cierta precisión lo que hoy conocemos como las estaciones de año,  los tiempos para la siembra y la cosecha, así como las festividades religiosas. Pero también hubo quienes se adjudicaron el dudoso don de interpretar las estrellas para despejar esos anhelos y preocupaciones y en lugar de almanaques elaboraron horóscopos. Resulta paradójico que un contemporáneo de Nostradamus basado en un real y verdadero estudio del cielo cambiara la visión de miles de años de fijar a la tierra en su centro por la teoría heliocéntrica, este hombre fue nada menos que Nicolás Copérnico. Nostradamus tenía 40 años cuando murió Copérnico y me pregunto si alguna vez leyó su precioso libro “De las revoluciones de las esferas celestes”
Aquí tenemos al hombre que era médico y astrólogo a la vez. Es decir un médico que predecía el futuro. En este punto quiero imaginar a Nostradamus atendiendo el llamado para curar a un enfermo. ¿Qué haría primero?  Supongo que como cualquier médico, haría primero una auscultación, luego un diagnóstico para finalmente prescribir algún medicamento. ¿Pero, no sería mejor hacer un horóscopo? De esta manera sabría con toda anticipación si el paciente moriría o viviría. A la distancia podemos ver lo aberrante de  la práctica simultánea de las dos profesiones por un mismo individuo. Lo que hoy podemos llamar sin duda alguna charlatanería era en su tiempo cosa muy seria.