Paso de prisa por un lado de tu cunita, estas dormidita,
profundamente dormidita. Tu abuela vigila tu sueño, su desvelo es su
recompensa. Solo verte dormir, con esa tranquilidad inocente que solo los niños
de tres años pueden irradiar cuando duermen, me hace sentir que la vida ha valido
la pena. La respiración calmada, casi imperceptible, que crea la necesidad de
fijar la mirada para saber si lo haces o no, hasta que un pequeño suspiro que estremece
todo tu cuerpecito me da la respuesta
afirmativa.
Tu pequeña frente transpira un leve sudor y hace que algunos
de tus cabellos formen hilos más gruesos, que los hacen parecer más obscuros.
De pronto tus labios dibujan una sonrisa. Pareces soñar. Me
inclino a imaginar en qué estarás soñando pero sé que es un ejercicio inútil.
Sé que a esa mínima edad los sueños ya están presentes, y no por que los niños los platiquen, sino porque nos lo señalan
cuando despiertan los pobrecitos aterrados por un mal sueño. Pero ahora tú, ¿si
estás soñando?, pareces disfrutarlo. La paz, la tranquilidad de la inocencia,
de saberte, por qué se que lo
sabes, segura y amada, hace que el solo
mirar tu sueño me haga alargar la pausa.
De nuevo suspiras, de nuevo se estremece tu cuerpecito, de
nuevo sonríes y yo sigo mi camino con el alma llena.
Adolfo Camacho Gómez