Mexicali, B. C.

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domingo, 17 de mayo de 2015

EL CÍRCULO DE LA VIDA.

Desde que la película del Rey León fue exhibida la frase el círculo de la vida se ha vuelto un lugar común.  Al ver la película todos entendimos muy claramente que se trata de la vida y la muerte, incluyendo por supuesto la traición y el amor… de otra manera no sería vida. Todo lo que vive tiene que morir, todo ser viviente nace para inexorablemente morir. Todo parece ser muy sencillo; unos mueren para que otros vivan. En ese inter, unos ordenan y otros obedecen, unos traicionan y otros son leales, unos odian y otros aman, unos viven en la opulencia y otros en la pobreza, unos parecen gozar de todas las delicias de este mundo y otros soportar todas las penurias. Nadie lo pudo expresar mejor que Shakespeare en su Hamlet, de quien tomaron el argumento para la famosa película.
Desde que nacemos empezamos a morir, dice el filósofo. ¿Cuando y como nos llegará el fin?, eso,  ni el filósofo más sesudo  nos lo dirá jamás.
Entonces… estos filósofos, como no pueden hacer eso, se empeñan en decirnos cómo debemos de vivir la vida.
Hay los filósofos de profesión y aquí podemos incluir tanto a los agnósticos como los religiosos,  los cuales creen haber comprendido el misterio de la existencia, y están tan convencidos  de lo que creen que  se arrogan el derecho de señalarle a la humanidad entera el camino a seguir y para desgracia de la humanidad parece ser que en innumerables ocasiones los resultados han sido desastrosos y para su fortuna, por lo general, ellos han tenido la gracia de morir antes de saber lo que provocaron. Una cosa más, a estos filósofos parece ser que el título ya no les gustó mucho, así que a partir de hace algún tiempo se han autonombrado intelectuales, y este sí que les gustó, porqué les da un halo de científicos, un halo de seres versados en múltiples conocimientos. Pero si hay algo que han demostrado no ser, es  científicos.
Tenemos a Juan Jacobo Rousseau, quien autoproclamándose el hombre más recto, más honesto y más íntegro de la historia,  se atrevió a declarar que “si alguien sabe de hechos que contradigan lo que acabo de decir…que examine con sus propios ojos mi naturaleza, mi carácter, conducta, inclinaciones, placeres, hábitos, y si puede considerarme un hombre deshonesto, es él mismo un hombre que merece ser estrangulado”. Vaya,  muy pronto tenemos al hombre que decía  amar a la humanidad queriendo estrangular al individuo que no creyera a pie juntillas en la opinión de sí mismo,  pero veamos, examinemos un poco, como él lo pide, su vida. Tuvo cinco hijos con Teresa,  que fuera su sirvienta durante buena parte de su vida, y uno a uno, a todos los entregó a un orfanato, el “Hospital de niños expósitos”, porque él mismo decía que le estorbaban para realizar su obra. En sus memorias se excusa diciendo que fue un “arreglo bueno y sensato. Les iría mejor al no ser criados con consideraciones, ya que esto los haría más vigorosos. Serían más felices que su padre. Hubiera deseado y aún lo deseo haber sido criado y alimentado como ellos lo han sido. Ojalá hubiese tenido la misma suerte”. ¡Qué descaro! ¡Qué insensatez! ¡Qué maldad, la de este hombre! En una reseña del Mercurio de Francia de 1746 se señala que dicha institución estaba abarrotada con más de tres mil niños al año. El mismo Rousseau observó que en 1748 habían aumentado a 5082. En 1772 había ya alrededor de ocho mil. La realidad era que, en ese orfanato, dos tercios de cada cien niños morían antes de cumplir un año de vida. Un promedio de catorce de cada cien llegaba a los siete años y solo 5 de cada cien llegaba a la madurez, solo para convertirse, la mayoría de ellos, en mendigos y vagabundos. El hombre que decía ser el más recto, el más honesto, el más integro, jamás se interesó en saber que fue de ellos. No obstante seguimos aceptando sus ideas sobre la educación de los niños. Como colofón, sabemos que al fin se casó con la sirvienta, madre de sus hijos a quien se los había arrancado… ¡Pero en una ceremonia ficticia! ¡No faltaba más! Sin embargo la siguió tratando como sirvienta, prohibiéndole sentarse a la mesa cuando tenía invitados y no solo eso sino que se mofaba de ella y la humillaba en su presencia, a grado tal que los invitados se horrorizaban al ver lo que hacía.

Carlos Marx nos dejó su apellido en un sistemas de convivencia humana que habiendo sido aceptado por un sin número de líderes de estado, provocó que estos llevaran a sus pueblos a la tiranía, la degradación humana y a la pobreza.
Carlos Marx nació dentro de la religión judaica. Tanto su madre como su padre descendían de antiguas familias de rabinos famosos. Su padre, que era abogado, después de dictarse una ley en el entonces territorio prusiano que impedía el acceso a los puestos más altos en los ámbitos judicial y médico a todos los judíos, decidió convertirse a la religión protestante, llevando a bautizar a sus cinco hijos en agosto de 1824. Carlos Marx parece no haber tenido más interés en estudiar a profundidad el judaísmo, sin embargo su obra parece ser la de un rabino antes que la de un científico. Aunque proclamaba que su obra era científica no le interesaba encontrar la verdad, lo que le interesaba era proclamar su verdad y para ello desechaba todo lo que la contradijera, recurriendo incluso a falsear los hechos para hacerlo. El motivo real no es claro, pero es una verdad inocultable, que desarrollo un profundo odio contra a los judíos. En la burbuja en que vivía, los judíos eran los causantes de todos los males de la humanidad, afirmaba que el dios secular de los judíos era el dinero y que al ocupar éste un lugar primordial en la sociedad la corrompía y en consecuencia era el causante de todos los males, por lo tanto al suprimir al dios secular de los judíos, es decir el dinero, se suprimía a los judíos y con ellos sus males desaparecerían. En sus palabras “para lograr que el judío fuera imposible”,  habría que abolir las “precondiciones, la posibilidad misma”.  Más aún, no tenía el empacho de proclamar este odio. Refiriéndose al organizador sindical alemán Ferdinand Lassalle, a quien Carlos Marx despreciaba, ya que este  pugnaba por la solución de los verdaderos problemas de los trabajadores, es decir, mejores salarios y mejores condiciones de trabajo, cuestiones que a Marx no le interesaban en lo más mínimo, ya que se oponían a su enfoque dogmático y doctrinario. Es un hecho bien conocido que Carlos Marx jamás en su vida puso un pie en una fábrica, en una mina, en un molino o cualquier tipo de instalación industrial. Pues bien refiriéndose a Lassalle, de quien se refería como ‘’el negrito judío”, Marx le escribió a Engels el 30 de julio de 1862, “ahora no tengo la menor duda de que, como señala la conformación de su cráneo  y el nacimiento de su cabello, desciende de los negros que se unieron a Moisés en su huida de Egipto (a menos que su madre o abuela paterna tuviera cruza con negros), ésta combinación de judío y alemán con un fondo negro tenía que generar un híbrido increíble”.   
Todo ese odio contenido en una persona sedienta de poder que lo ejercía con despiadada eficacia sobre todas las personas que lo rodearon en su vida permeó toda su obra y por desgracia fue la degradante inspiración de Lenin, Stalin y Mao Zedong, quienes impusieron sus ideas en sus naciones basados en la opresión y en el exterminio de todo aquel que no comulgara con sus ideas
Están los otros filósofos; aquellos hombres o mujeres que consideran que su propia vida los ha señalado para ser guía de los demás, o cuando menos de todo aquel que quiera seguirlos o escucharlos.
Aquí podemos encontrar una gama inmensa de personajes y personalidades, están tanto los charlatanes así como los que sincera y profundamente creen que sus experiencias vividas les dan el bagaje suficiente para señalar rutas filosóficas a seguir por sus oidores o creyentes.
De los charlatanes aparentemente habría poco que decir, sin embargo, vemos por doquier que nuestro mundo está plagado de ellos, y esto no tendría mayor importancia, si no fuera por qué sus seguidores se cuentan por millones.
Entre ellos están los contactados, transmisores involuntarios e inocentes, según ellos, de mensajes enviados por seres de otros mundos para decirnos cómo podemos salvarnos de la destrucción total, lo cual se reduce en un alarde de ingenuidad estúpida en decirnos por ejemplo que ya no debemos quemar más petróleo, pero aparentemente esos seres extraterrestres y de inteligencia superior, jamás les informan cual es la fuente de energía limpia e infinita con la cual debemos sustituir el petróleo.  Lo cual no les impide obtener pingües ganancias a costa de sus ingenuos seguidores.
Están también los médiums, que prometen ayudarnos a comunicarnos con nuestros seres queridos muertos, casi siempre para tratar de obtener un perdón imposible que nos de sosiego a nuestras vidas. Aunque no falta el que desea saber la clave de la cuenta bancaria del pariente difunto.
Están aquellos otros que de tiempo en tiempo surgen para predecir el fin de nuestro mundo y pretenden decirnos como debemos de vivir la vida para prepararnos a ese final y algunos otros insensatos que se atreven a decirnos lo que debemos hacer o no hacer para evitarlo.
Están en este grupo de charlatanes todos aquellos que se dedican a las mal llamadas artes adivinatorias, ya que ni son arte y nada adivinan. Todos ellos pretenden saber cómo será nuestra vida futura. Todos ellos hacen un lucrativo negocio con la increíble inocencia de sus discípulos.
Están, por otra parte, aquellos bien intencionados que habiendo sido participes en alguna catástrofe han salido indemnes o han sabido recuperarse del trauma vivido. O aquellos otros, que habiendo padecido algún impedimento físico o alguna adicción, lo han superado. Aquí también podemos contar a los hombres y mujeres que han logrado hacer hazañas extraordinarias.
Estos, que por lo general son honestos, pretenden con el relato de sus vivencias hacernos reflexionar sobre nuestra propia existencia y presentándose como seres de una humildad inaudita, no tienen empacho en decirnos en nuestra cara, que si ellos pudieron lograrlo cualquiera puede hacerlo. Así algunos de ellos hacen de este apostolado un modus vivendi bastante holgado. 
En fin, todo se reduce a la simple formula de nacer para morir, tan sencilla pero a la vez tan inquietante. Pero ¿Qué es lo inquietante? ¿El nacimiento? ¿Vivir la vida? ¿La muerte?
Mi apreciación es que la muerte ha sido desde los primeros tiempos de la humanidad el misterio que más profundamente ha perturbado su inteligencia. Sin tener la presunción de un erudito, puedo decir que preservar a los seres humanos que han muerto es una práctica común desde tiempos inmemorables. Esto nos lleva a tratar de interpretar los motivos que llevaron a esos primeros homo sapiens a conservar para un fin ulterior, porque quiero pensar que eso es lo que trataban, los cuerpos de sus muertos. Posiblemente en esos inescrutables días se empezó a gestar la idea de que la vida era tan frustrantemente corta que debería haber algo después de la muerte. Entonces se empezaron a vestir a los muertos con sus mejores galas, se les acercaban también utensilios de su vida cotidiana que pudieran servirles en esa nueva senda desconocida. La idea de que pudiera existir vida o algo parecido después de la muerte se fue arraigando de tal modo en la humanidad que de pequeñas  y sencillas tumbas pasamos a grandes pirámides, mausoleos y esplendidos monumentos como el famoso Taj Mahal.
Todo se fue gestando para el gran salto, las religiones. No es casualidad que todas ellas tienen un fundamento común, la vida después de la muerte. Aunque ningún ser humano pueda asegurar, menos demostrar, que existe algo parecido a una vida después de la muerte, esa incógnita fue precisamente la piedra filosofal sobre la cual se desarrollaron todas las religiones, el principio es sencillo; si no puedes probar que no existe, no puedes negar que existe. Entonces se crearon ceremonias, ritos, reglas, mandamientos, hasta culminar en algo tan elementalmente trascendente como la Biblia, el Corán, los Vedas o la Tora. Todo aquel que esperara alcanzar la vida después de la muerte (el cielo) debería seguir al pie de la letra, durante toda su vida real, todos los ordenamientos que su religión demandaba. Por supuesto que siempre hubo, como ahora, gente que no creía en tales cuestiones, por lo tanto se echó mano de otro misterio tan inexplicable como el primero, el infierno. El objetivo era lograr que las personas vivieran dentro de los lineamientos que la religión demandaba, de otra manera no solo no alcanzarían el cielo sino que serian castigados en el infierno, por supuesto en la otra vida.
Hasta aquí todo iba más o menos bien, los hombres eran controlados por otros hombres que se habían auto designado los receptores de un mandato divino, mediante la esperanza del cielo o la amenaza del infierno. Este control y seguimiento obediente de las reglas que hasta ese momento habría sido más o menos voluntario no paso desapercibido por las autoridades seculares. El siguiente salto ya era inevitable, ahora lo que alguna vez era una opción voluntaria se convirtió en un gobierno de emperadores y reyes. Ahora la esperanza de una vida después de la vida seguían estando en la imaginación, pero el castigo se volvió muy real, demasiado real y físico.
Ahora el peso de la autoridad gobernante imponía los principios filosóficos y religiosos a todos sus gobernados, entonces los nacientes estados o los muy antiguos fueron; católicos, anglicanos, protestantes, judíos, musulmanes, Budistas o hinduistas, y dentro de estas hegemonías religiosas habría segmentaciones regionales que llegaron a identificarse con ideologías propias.
El paso siguiente se dio tan constante como inexorablemente. Las luchas territoriales se convirtieron en luchas religiosas, y dentro de los estados se impusieron una serie de limitantes para los no profesantes de la religión oficial, que provocó a su vez no pocas guerras civiles que se han extendido y mantenido intermitentemente hasta nuestros días.   
Volvemos ahora, de nuevo, a los filósofos, actualmente autodenominados intelectuales.

Cuando la racionalidad ha empezado a pesar, sobre todo en las culturas occidentales, las religiones han sido cuestionadas como rectoras de la vida de los seres humanos. Es así que los intelectuales han ido poco a poco tomando el papel de las religiones y son ellos ahora los que se han abrogado el derecho de decirle a la humanidad como comportarse y a los gobiernos como gobernar. Sin embargo la razón de la vida y la muerte permanece inescrutable. 


Adolfo Camacho Gómez