CUENTO CORTO
Era 24 de diciembre, María llega corriendo a su casa del
trabajo. A pesar de la pandemia de la Covid-19 había tenido que solicitar el
reingreso en su antiguo trabajo al que había renunciado cuando cerraron las
escuelas y sus hijos se quedaron en casa todo el día, ahora su mamá era quien
cuidaba de sus hijos. Su vida había dado un vuelco desde aquel fatídico día de
principios del mes de abril.
La necesidad de mantener un ingreso en el hogar obligó a su
esposo Santiago continuar trabajando como representante de ventas a comisión.
Aunque ya algunos de los negocios habían cerrado o limitado sus horarios, el
apremio le forzó a continuar trabajando a pesar de que los contagios de la
nueva enfermedad empezaban hacer una preocupación general. Pero él se
tranquilizó cuando escuchó decir al Presidente que la enfermedad no era grave.
Una tarde-noche que regresó a casa de recorrer media ciudad
tratando de levantar algunas ventas a pesar de la reticencia de los clientes
por el temor a que tuvieran que cerrar, como en la epidemia de influenza del
2009. Llegó tan cansado que se fue a la cama sin cenar. Al día siguiente se
levantó con el cuerpo adolorido, pero no podía darse el lujo de dejar de
trabajar.
Santiago, le dijo María cuando le preparaba el desayuno —Te
ves muy pálido ¿Te sientes mal? — Un poco María, me oíste, en la noche estuve
tosiendo, pero necesito ir a trabajar, tengo la promesa de unos clientes de
cerrar unas ventas hoy, y ya ves que son pocos los que quieren hacer pedidos, porque
no saben cómo se pondrán las cosas — Bueno Santiago, cuídate mucho, que Dios te
bendiga.
Ese día Santiago regresó más temprano que de costumbre, se
empezó a sentir muy mal. María le tomó la temperatura, 38.5° registró el
termómetro. Necesitas que te vea un médico, le dijo María, ve al hospital, tú
estás registrado en el Seguro Popular — Tienes razón, me voy al hospital,
asintió Santiago.
El Seguro Popular ya no existe, le dijeron en el hospital,
tiene que ir a ésta dirección para registrarse en el INSABI y ahí le van
indicar en qué hospital lo van a atender, pero a estas horas ya va a estar
cerrado, vaya mañana temprano.
Al día siguiente, sintiéndose peor, Santiago, muy temprano
fue a la dirección indicada y encontró una enorme fila hasta la calle, de
personas queriendo hacer también su inscripción. Por fin, eran las 3 de la
tarde cuando terminó su trámite de inscripción y resultó que el hospital que le
asignaron era el mismo al que había ido el día anterior. Eran ya casi las 5 de
la tarde cuando llegó al hospital designado, pero no le podían dar atención
médica hasta que fuera dado de alta en esa institución. Después de una larga
espera fue dado de alta, sin embargo, le informaron que ese día ya no alcanzaba
cita médica. Tenía que regresar al día siguiente. A las 7 de la mañana
empezaban a asignar las citas, le dijeron, y las citas están limitadas a un
determinado número, así que tiene que venir lo más temprano que pueda para
alcanzar una.
Era principios de abril, aún las autoridades no tomaban muy en serio la gravedad de la Covid-19 en México.
Después de pasar una noche terrible, Santiago, al día
siguiente de madrugada se presentó en el hospital para encontrar ya, una buena
cantidad de personas que habían pasado la noche esperando ser los primeros para
alcanzar cita. Santiago se formó y esperó a que abrieran las oficinas con la
esperanza de ser uno de los afortunados. Después de una larga espera lo fue, y
ya por el medio día lo recibió el médico, minimizando su enfermedad, le dijo
que su mal era una simple gripe que había descuidado. Le prescribió unos
medicamentos que en ese momento no los tenían en la farmacia del hospital.
Afortunadamente el día anterior le habían depositado las comisiones del mes de
marzo, compró las medicinas, una botella de agua y allí mismo se las tomó.
Llegó a su casa, la fiebre y la tos no cedían y le empezaba a faltar el aire.
Esa noche cenó con sus dos hijos, que ya no iban a
clases desde el 23 de marzo. En ese momento nadie se imaginaba que sería la
última cena con su familia. Casi a media noche su respiración casi no le
llevaba aire a sus pulmones, el termómetro marcó 40 grados. María no esperó más
y llamó al 911 y pidió una ambulancia que llevara a Santiago al hospital. Ya,
en la sección de emergencias del hospital, en la recepción las enfermeras lo
veían con recelo. Por todo el personal del hospital se había diseminado el
rumor de que ya estaban muriendo personas por la covid-19 y conocían la
situación en Europa, donde la pandemia se extendía sin control. Ellos, en ese
momento, sólo estaban protegidos con un cubre bocas, a pesar que las
autoridades sanitarias les habían prometido los suministros para una protección
completa. Su temor no era infundado.
Dieron ingreso a Santiago para la atención médica. A María
no le permitieron pasar. Esperó en la salita de recepción por alrededor de una
hora cuando un médico por la ventanilla le informó que Santiago se tenía que quedar
internado y que probablemente al día siguiente ya se podría ir. Deje su número
telefónico en la recepción y vuelva mañana para informarle como sigue, le dijo
el médico. Ella, reticente a dejar el hospital tuvo que hacerlo porque había
dejado a sus dos hijos solos.
Al llegar a su casa llamó a su madre para informarle la
infortunada situación y pedirle que viniera por la mañana temprano para cuidar
a los nietos mientras ella iría al hospital. Sin poder dormir, María, vigiló el
sueño inocente de sus hijos esperando impaciente el amanecer para tener
noticias de Santiago.
A primera hora del día siguiente, 6 de abril marcaba el
calendario, María llegó al hospital para encontrar un grupo de gente fuera de
la recepción de emergencias médicas. La novedad era que ya a los familiares de
pacientes no se les permitiría entrar a las instalaciones hospitalarias ni
tampoco se permitían visitas. Había un letrero que indicaba un teléfono al que
llamar para pedir información del estado de sus familiares internados.
Inmediatamente, María, marcó el teléfono, solo para enterarse que hasta después
de las 11 de la mañana darían información de la situación de los pacientes en
cuidados intensivos. Para María fue angustiante saber que Santiago estaba en
cuidados intensivos, nunca se imaginó que su situación fuera tan grave.
Fueron lentas las horas de espera, los pensamientos más
ominosos no le abandonaban. A las once en punto llamó, pero aún no tenían
información, ni a las doce, ni la una, hasta las tres de la tarde, por fin, le
informaron que el parte médico de Santiago lo asignaba como grave, ¿Pero que
tiene? Gritó María al micrófono del teléfono, aquí el parte solo indica, grave, estable
o en recuperación y el suyo es grave, contestó una voz impersonal, la próxima
información la darán después de las seis de la tarde.
María, se había olvidado de desayunar y comer. Apresurada fue
a su casa, quería ver a sus hijos para reconfortarse, ellos la recibieron asustados al no saber qué estaba pasando
con su papá, su abuela trataba de calmarlos. Su madre le sirvió un plato de la
comida que había preparado y María se sentó a la mesa para empezar a comer.
Apenas la había probado cuando sonó el teléfono, era
el hospital, María palideció, le decían que tenía que presentarse
inmediatamente. En el trayecto al hospital, otra vez los presagios más
terribles le oprimían el pecho y le cortaban la respiración. Ya en el hospital
golpeó la puerta de cristal con fuerza hasta que una enfermera la entreabrió, María se identificó y le permitieron pasar y le pidieron que esperara al médico de guardia. Ahí esperó un largo rato, tratando de alejar de su mente
los más aciagos pensamientos, pero cuando de lejos vio venir al médico por el
pasillo, su rostro le dijo todo, sintió desfallecer. Cuando el médico empezó a
hablar ella ya no escuchaba o no quería escuchar la terrible noticia. Santiago
era uno de los primeros en sucumbir por la Covid-19. El cuerpo no le fue
entregado, no fue posible hacer un funeral, solo una semana después recibió sus
cenizas.
Casi nueve meses habían ya pasado de aquel fatídico día, el
confinamiento general obligado había pasado, su madre fue su soporte todo ese tiempo,
ella había reiniciado a trabajar. Compañeros de trabajo, amigos y algún familiar habían seguido a su esposo, hasta sumar más de 120 mil en todo el país.
Ella se preguntaba todos los días ¿Por qué las autoridades
no informaron con toda claridad la real gravedad de la pandemia, por qué no
declararon el confinamiento a tiempo, por qué no ofrecieron apoyo a las empresas y
trabajadores independientes como su esposo, para que pudieran sobrevivir el
tiempo del cierre sin exponerse por la necesidad de llevar el sustento para sus
familias, por qué los hospitales no estaban preparados si tuvieron el tiempo
suficiente para hacerlo?
María puso algunos regalos bajo el arbolito que ella, sus dos hijos y su madre, hacía días habían adornado. En silencio ayudó a su madre a terminar de preparar la cena de esta Navidad que ya jamás sería igual.
Habría una silla vacía en su casa, y ciento veinte mil más, en miles de casas
de todo el país.
Por
Adolfo Camacho Gómez