Aunque el fútbol es solo un deporte. Es un deporte que
incide insospechadamente en la política de muchos países, especialmente de los
latinoamericanos.
Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, se vio comprometida
gritando el gol de Alemania cuando sentada al lado de la presidenta de Alemania,
la señora Ángela Merkel— quien sin guardar ninguna compostura celebró de pie y levantando
los brazos— que la selección alemana anotó y que le dio el triunfo y el
campeonato mundial. Después muy acongojada la Señora Rousseff tuvo que entregar
el trofeo al capitán alemán. Un trofeo que daba por hecho entregaría a la
selección de Brasil con lo que aliviaría en alguna medida el enojo de la
población por los altísimos gastos para la celebración del campeonato.
El contraste de dos singularidades, dos mujeres rompiendo el
paradigma del monopolio masculino milenario del poder. Una, Ángela Merkel,
dirigiendo a la nación más importante de la Unión Europea y la cuarta más
importante del mundo. La otra Dilma Rousseff, dirigiendo a la nación más
importante de Latinoamérica y la séptima economía del mundo, pero cuyas
decisiones se ven influenciadas y en algunos casos condicionadas por las de la
primera.
Alemania con un Producto Interno Bruto per Cápita de $
40,750 dólares y Brasil de $ 12,340 dólares. En uno la riqueza y el bienestar
de sus ciudadanos son el común denominador y en otro donde la pobreza y la
desigualdad son la tragedia que parece imposible de superar.
¿Por qué entonces un país que si bien es económicamente muy
importante dentro del ranking mundial, pero que es muy pobre en cuanto al
reparto de su riqueza, se embarcó en la realización de la Copa Mundial de
Fútbol?
La respuesta es sencilla: El ansia de trascender de un
presidente y la voracidad de la FIFA (Federación Internacional de Fútbol
Asociación).
Luiz Inácio Lula da Silva, presidente de Brasil de 2002 a
2010, recibe un país en crecimiento y que no deja de crecer durante todo su
mandato. Brasil se convierte entonces en la economía emergente de moda. Su
presidente es alabado por los analistas económicos más importantes del mundo y
los inversionistas aprovechan el momento llevando un rio de dólares.
Lula da Silva en la cresta de la ola vislumbra la
oportunidad de dejar inscrito su nombre en la historia y compite por que su
país sea la cede no solo del campeonato mundial de fútbol, sino también de las
olimpiadas de 2016 en Rio de Janeiro.
Es innegable la voracidad de la FIFA, que aprovechando la desesperación
del presidente de un país emergente por instalar
a su país en el circulo de los ricos y poderosos, pone a competir a países desiguales
por la obtención de la cede, quienes ofrecen lo inimaginable con tal de
conseguirla. De esta forma el Gobierno de Brasil ofrece entre otras muchas
cosas la construcción de estadios nuevos y sobre todo, lo que más importa a
FIFA, la exención total de impuestos.
De esta forma la FIFA se lleva todas las ganancias y el país
cede, en este caso Brasil, carga con todos los gastos.
Lula da Silva deja el poder en 2010 a la nueva presidenta
Dilma Rousseff, quien es quien tiene que afrontar el reto y las cuantiosas erogaciones
que implicaron implementar la seguridad, vías de comunicación, transporte y por
supuesto los nuevos estadios, en un momento en que la economía de su país
empezaba a declinar y su pueblo empezó a resentirlo.
Se volvió imperioso que la selección Brasileña ganara el
campeonato para de esta manera aliviar las tensiones que el dispendio provocó
en la población. La ecuación no resultó y no solo eso, sino que además su
selección de fútbol mostró un pésimo desempeño en el campo deportivo, desilusionando al país más futbolero del mundo.
El descontento social volvió a resurgir con furia el mismo
día de haber concluido el campeonato.
Para la Señora Rousseff será un gran escollo por resolver, si la
economía de Brasil no repunta muy pronto, ya que tiene enfrente, a escasos dos
años, la celebración de los Juegos olímpicos en Rio de Janeiro, lo que
implicará sin lugar a dudas nuevas e incalculables erogaciones para una
economía que no pasa por su mejor momento. Más si consideramos que procurará
cuando menos igualar a los anteriores de Londres y Beijing.
Por supuesto mis mejores esperanzas son que la economía de
Brasil pronto repunte, que la distribución de la riqueza mejore entre toda la
población y que las próximas olimpiadas sean todo un éxito.
Adolfo Camacho Gómez
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