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En los países en donde el fútbol es el deporte más importante y un poco más, se ha convertido en pieza clave para muchos aspectos de la vida nacional de los mismos.
Fíjense ustedes hasta dónde puede llegar.
Brasil, país que años atrás había alcanzado uno de sus
momentos económicos más importantes y estaba de moda para todos los analistas
del mundo citarlo como ejemplo a seguir y le auguraban un porvenir de bonanza
sin precedentes. Montado en esa ola de espejismos de supra valoración y
embelesado con tantos halagos se engancho con la idea de ser cede de los dos
eventos deportivos más importantes del mundo,
el campeonato mundial de fútbol y las olimpiadas. Para su mala suerte no
previó que los periodos de vacas gordas desde tiempos inmemorables siempre
vienen seguidos de otro periodo de vacas flacas.
Como es usual cuando un país adquiere compromisos de tal
magnitud se compromete hacer grandes inversiones para las instalaciones ex
profeso para cada evento, como en este caso fueron los nuevos estadios
construidos. Pero también fue necesario hacer inversiones muy cuantiosas de infraestructura de todo tipo, desde las de
vialidades hasta las de seguridad, pasando por el remozamiento de las ciudades
cedes.
¿Cuánto le ha costado al pueblo brasileño todo esto? No lo
sé, pero sin duda son cifras muy altas. Pero para el pueblo no ha pasado desapercibido,
que ya sufriendo una crisis de inflación y desempleo ha mostrado su
descontento. Poco a poco se han venido dando cuenta que este tipo de eventos
mundiales son un lujo para los países cedes, porque aparte de poner al país en
un escaparate para que el mundo voltee a verlo, la derrama económica que trae consigo
no compensa los enormes gastos e inversiones necesarios para llevarlos a cabo.
En este contexto si la selección de fútbol brasileña no gana
el campeonato, el pueblo más futbolero
del mundo sufrirá un desencanto de proporciones bíblicas, tan grande que es posible
llegue a poner en riesgo el puesto de la presidenta Dilma Rouseff.
Su nación vecina, Argentina, sufre un dilema parecido. País
que se pelea con Brasil el titulo de tener la afición más grande del mundo y en
consecuencia la supremacía del propio deporte.
Que sufre también una etapa de fuerte caída en su economía, tendría un
respiro sucedáneo para su pueblo si su selección de fútbol ganara el campeonato.
Que sería bien aprovechado por su presidenta, Cristina Fernández de Kirchner,
quien pasa por uno de sus peores momentos.
Por desgracia solo uno de ellos podrá ser el ganador o en el
peor de los casos ninguno de ellos y quiéranlo o no las consecuencias se
dejarán sentir irremediablemente.
¿Que pasó con mi selección mexicana?
Me abstendré de querer hacer un análisis psicológico y
sociológico de las más obscuras motivaciones que impiden que los jugadores seleccionados y sus directores técnicos
perenemente no lleguen a jugar el mítico quinto partido. La lisa y llana
realidad es que escasamente lograron pasar de panzazo a la ronda mundialista
del campeonato. La enjundia, emoción y emotividad que su entrenador el “Piojo”
Herrera supo transmitir a sus jugadores nos hizo abrigar falsas esperanzas.
Pero que también fueron insufladas por las televisoras que bien caro pagan los derechos
de transmisión y requieren con la retención de la audiencia la forma de cumplir
sus promesas hechas a las compañías patrocinadoras.
Tuvimos la satisfacción de ver que los muchachos dieron todo
su esfuerzo en la cancha, lograron la hazaña de empatar con Brasil en su casa y
estuvieron a escasos minutos, ante Holanda, de lograr lo impensable. Pero esos cruciales
minutos a los que los expertos llaman “manejo de partido” fueron fatídicos para
la selección mexicana. Los comentaristas deportivos y los que no lo son
ocuparan largas horas en espacios de televisión y de radio e infinitas columnas
en sus periódicos, con sesudos análisis sobre; Que si bajaron las manos, que si
se confiaron, que si se cansaron, que si el árbitro se equivocó, que si la mentalidad ganadora no les alcanzo,
que si el director técnico no hizo los cambios adecuados. Son discusiones
insustanciales. La realidad es que no hay mucho que decir y si, por desgracia,
entre lo poco que hay por decir queda la lapidaria frase “jugaron como nunca y
perdieron como siempre”
Para nosotros los aficionados queda por ahí un rescoldo
amargo, pero mucho menor que el de los propios jugadores, que muy pronto
quedará en el olvido y el lunes volveremos a nuestros asuntos cotidianos y
esperaremos con nuevas ilusiones cuatro años más.
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