Mexicali, B. C.

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martes, 15 de julio de 2014

BRASIL ¿DESPUÉS DEL MUNDIAL QUE?


Aunque el fútbol es solo un deporte. Es un deporte que incide insospechadamente en la política de muchos países, especialmente de los latinoamericanos.
Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, se vio comprometida gritando el gol de Alemania cuando sentada al lado de la presidenta de Alemania, la señora Ángela Merkel— quien sin guardar ninguna compostura celebró de pie y levantando los brazos— que la selección alemana anotó y que le dio el triunfo y el campeonato mundial. Después muy acongojada la Señora Rousseff tuvo que entregar el trofeo al capitán alemán. Un trofeo que daba por hecho entregaría a la selección de Brasil con lo que aliviaría en alguna medida el enojo de la población por los altísimos gastos para la celebración del campeonato.
El contraste de dos singularidades, dos mujeres rompiendo el paradigma del monopolio masculino milenario del poder. Una, Ángela Merkel, dirigiendo a la nación más importante de la Unión Europea y la cuarta más importante del mundo. La otra Dilma Rousseff, dirigiendo a la nación más importante de Latinoamérica y la séptima economía del mundo, pero cuyas decisiones se ven influenciadas y en algunos casos condicionadas por las de la primera.
Alemania con un Producto Interno Bruto per Cápita de $ 40,750 dólares y Brasil de $ 12,340 dólares. En uno la riqueza y el bienestar de sus ciudadanos son el común denominador y en otro donde la pobreza y la desigualdad son la tragedia que parece imposible de superar.
¿Por qué entonces un país que si bien es económicamente muy importante dentro del ranking mundial, pero que es muy pobre en cuanto al reparto de su riqueza, se embarcó en la realización de la Copa Mundial de Fútbol?
La respuesta es sencilla: El ansia de trascender de un presidente y la voracidad de la FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociación).
Luiz Inácio Lula da Silva, presidente de Brasil de 2002 a 2010, recibe un país en crecimiento y que no deja de crecer durante todo su mandato. Brasil se convierte entonces en la economía emergente de moda. Su presidente es alabado por los analistas económicos más importantes del mundo y los inversionistas aprovechan el momento llevando un rio de dólares.
Lula da Silva en la cresta de la ola vislumbra la oportunidad de dejar inscrito su nombre en la historia y compite por que su país sea la cede no solo del campeonato mundial de fútbol, sino también de las olimpiadas de 2016 en Rio de Janeiro.
Es innegable la voracidad de la FIFA, que aprovechando la desesperación del  presidente de un país emergente por instalar a su país en el circulo de los ricos y poderosos, pone a competir a países desiguales por la obtención de la cede, quienes ofrecen lo inimaginable con tal de conseguirla. De esta forma el Gobierno de Brasil ofrece entre otras muchas cosas la construcción de estadios nuevos y sobre todo, lo que más importa a FIFA, la exención total de impuestos.
De esta forma la FIFA se lleva todas las ganancias y el país cede, en este caso Brasil, carga con todos los gastos.
Lula da Silva deja el poder en 2010 a la nueva presidenta Dilma Rousseff, quien es quien tiene que afrontar el reto y las cuantiosas erogaciones que implicaron implementar la seguridad,  vías de comunicación, transporte y por supuesto los nuevos estadios, en un momento en que la economía de su país empezaba a declinar y su pueblo empezó a resentirlo.
Se volvió imperioso que la selección Brasileña ganara el campeonato para de esta manera aliviar las tensiones que el dispendio provocó en la población. La ecuación no resultó y no solo eso, sino que además su selección de fútbol mostró un pésimo desempeño en el campo deportivo, desilusionando al país más futbolero del mundo.
El descontento social volvió a resurgir con furia el mismo día de haber concluido el campeonato.  Para la Señora Rousseff será un gran escollo por resolver, si la economía de Brasil no repunta muy pronto, ya que tiene enfrente, a escasos dos años, la celebración de los Juegos olímpicos en Rio de Janeiro, lo que implicará sin lugar a dudas nuevas e incalculables erogaciones para una economía que no pasa por su mejor momento. Más si consideramos que procurará cuando menos igualar a los anteriores de Londres y Beijing.  
Por supuesto mis mejores esperanzas son que la economía de Brasil pronto repunte, que la distribución de la riqueza mejore entre toda la población y que las próximas olimpiadas sean todo un éxito.  

Adolfo Camacho Gómez