Mexicali, B. C.

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Mexicali, B. C. México

lunes, 11 de julio de 2011

LA CACERIA

En mi niñez, las pistolas de juguete eran cosa común y corriente. No creo que hubiera un solo niño en el mundo… bueno, bueno, está bien, en mi colonia, que no pidiera en navidad un par de pistolas de vaquero, con su funda, cinturón y un buen paquete de fulminantes… estaban de moda las series de Roy Rogers y el Llanero Solitario.
 Para los pobres niños que no vivieron esa época y pertenecen a la insensata era en que las pistolas de juguete han sido prohibidas, creyendo que por tal  hecho los niños serán más buenos, pero que a cambio se les han dado los juegos de video donde la muerte y destrucción es una constante, les trataré de explicar de qué se trata.
Los fulminantes venían en rollitos muy parecidos a las serpentinas de las fiestas. Estos rollitos que generalmente eran de color rojo intenso contenían pequeñas cantidades de pólvora separadas unas de otras por un espacio de un centímetro aproximadamente, les llamábamos triques.
Estos rollitos de triques se colocaban en el barril de la pistola, que estaba construido en dos mitades y era hueco. Una mitad se levantaba y ahí se colocaban los triques, luego la tira se pasaba entre el martillo y una base plana en el cuerpo de la pistola y ya estaba lista para empezar a jugar. El mecanismo que hacía estallar el fulminante era sencillo; se jalaba el gatillo, este a su vez levantaba y presionaba el martillo contra un resorte, que al llegar a su máxima tensión  se soltaba e impactaba contra la pequeña bolita de pólvora haciéndola estallar. La sensación que producía el olor a pólvora quemada era sencillamente indescriptible, quedaba en el ambiente un buen rato y envolvía todo el campo de juego. Eran los buenos contra los malos. Siempre ganaban los buenos.
Pasó ese fabuloso tiempo de mi pequeña infancia y ya con unos pocos años más empezó otra fascinante. La incipiente pre-adolescencia. Ahora habría que ser osado, intrépido, audaz. “Bonanza” estaba en la televisión.
Eventualmente en alguna navidad había algún niño en el barrio al que le amanecía un rifle de municiones. Para el que no los conozca, porque hace años que no los veo en las tiendas, en las mexicanas, por qué en las tiendas de estados unidos si los venden, les contaré un poco sobre ellos.
Existen dos tipos de rifles que no son armas de fuego. Los de municiones y los de postas. Los de postas funcionan con aire comprimido, ya sea mecánicamente o en pequeñas botellas metálicas. Estos pueden ser muy sencillos o muy especializados, como los que se usan en competencias olímpicas. Por otro lado están los de municiones que funcionan con un resorte y utilizan como munición  pequeñas bolitas de fierro de aproximadamente 2 milímetros de diámetro. Estos eran los que todo niño ansiaba poseer, bueno más bien muchachos de diez u once años. Aunque incapaces de causar la muerte a ningún ser humano, si tenían la capacidad de causar daño; que podía ser desde muy leve, como un simple dolor que pronto desaparecía o una munición que llegara a perforar levemente la piel y se incrustara en ella, y que nosotros mismos nos ocupábamos de extraer. Pero lo que si era verdaderamente peligroso era que una munición impactara un ojo. Ahí la munición no tenía la barrera de la piel y podía causar desde una catarata, de la que en aquel tiempo no había cura, hasta la pérdida total de la vista. Era el motivo por el que en mi casa estaban proscritos, además de inaccesibles por su costo.
Pues bien, como ustedes podrán imaginar, el afortunado niño que era propietario de un rifle de municiones se convertía en el líder; él decidía a dónde íbamos, cuando nos deteníamos y por supuesto quien era el elegido a quien le concedería  el favor de permitirle hacer un disparo.  Con esa esperanza lo seguíamos a todas partes, insistiendo constantemente para ver si uno de nosotros era el elegido.
Para granjearme el favor de ser el elegido aguzaba mi vista con el fin de ser el primero en localizar un pajarillo, también daba indicaciones del rumbo que debíamos seguir para localizar los arboles, donde, según yo, encontraríamos parvadas enteras.
Nuestra colonia estaban en esa época en los márgenes de la ciudad, sus calles eran de tierra, el tráfico de automóviles era escaso, había buena cantidad de espacios abiertos donde no faltaban los arboles y sobre todo que los niños de ese tiempo podíamos deambular por todas partes sin más temor que el que nos podía causar el encuentro con un perro bravo.
La potencia de un rifle de municiones no es suficiente para atravesar la coraza de plumas de una paloma, ni de un chanate, cuestión que nosotros desconocíamos y que nos hizo pasar una decepción en aquella incursión, pues encontramos, no en un árbol, sino en unos cables de energía eléctrica un grupo de palomas.
El dueño del rifle hizo el primer disparo… no pasó nada, segundo disparo… todo en calma, tercer disparo… las palomas volaron y se perdieron en el horizonte.
Seguimos nuestra búsqueda, tal vez por una hora o dos, con resultados infructuosos, así que a falta de pájaros encontramos latas vacías.
Empezó la primera ronda, éramos seis niños, fui el cuarto, todos fallamos, pero yo tomé nota donde había golpeado la tierra mi disparo. Empezó la segunda ronda, los tres primeros volvieron a fallar, me toco mi turno, tome el rifle… no apunté directamente al bote, sino un poco a la izquierda… apreté el gatillo y la lata saltó por los aires… todos corrimos a ver la lata… apenas se notaba el lugar donde había impactado la munición… Las latas de aquella época eran de fierro.
Ya no recuerdo que pasó luego, no recuerdo si otros niños lograron hacer blanco después. Lo único que recuerdo de esa primera y única incursión de caza de mi niñez y de mí vida, es  el bote…  viéndolo a través de la mira, el olor peculiar del aceite en el mecanismo del rifle, la tensión de mi dedo sobre el gatillo y el bote volando por los aires.  
adolka2@gmail.com